Doctor Deseo en Madrid: Remedio para un sábado noche
La formación vasca despliega las emociones con su característico “rock de los sentimientos”
Madrid - Publicado el - Actualizado
4 min lectura
El público de la sala Nazca aguarda paciente que Doctor Deseo haga su aparición en escena; una presencia casi teatral, sensual y ácida que vuelve a impregnar la capital madrileña medio año después de la presentación de su último disco/libro: La fuerza de la fragilidad. Palabras ante el espejo. Los de Bilbao arrancan precisamente con el epílogo del álbum, un vals desnudo que lleva por nombre “Alfarera de sueños”, con el teclado de Raúl Lomas llevando la voz cantante y que, al igual que la portada de este trabajo, una foto de los años treinta de dos acróbatas que cargan con todo el peso de su cuerpo, agarradas a una cuerda por la boca, pone en valor la figura de la mujer, una constante en toda la carrera de “los doctores”.
La banda no acostumbra ni precisa abrir sus shows con cañonazos; el público fiel e inmutable sabe a lo que viene y, aunque encima de las tablas se dejen la piel desde el primer acorde, en el foso no hay prisa por enloquecer. Es una cita, un ten con ten donde, aun sabiendo que hemos venido a bailar y a abandonarnos a este sentir tan particular, nos dejaremos conquistar poco a poco. “Pequeños héroes”, un guiño a David Bowie también de este reciente trabajo, va despertando los ánimos de los presentes gracias a la exquisita intrusión de Joe González, el hombre del saxo, para surcar a continuación “Olas y naufragios”, corte extraído del álbum Fugitivos del paraíso (1992). Tras esta travesía al pasado, el público termina de aterrizar en el momento presente, y Francis se quita las gafas y nos mira a los ojos, complacido.
El vigor que emana de la debilidad vuelve a tomar cuerpo en “El cuento de la botella y sus dos mensajes” y “Sigo bailando”, con un prólogo de agradecimiento en clave femenina, que viene recitando el líder del grupo en toda esta gira.
Llega el turno para cuestionarse “¿Quién mueve las cuerdas?” y es que, uno de los rasgos que caracteriza esta poesía de la concupiscencia es, además de un difícil encasillamiento, su carácter combativo, aunque siempre mediante una picante mordacidad no exenta de “Destrozos, promesas y arrepentimientos”.
Es momento de que el líder de los doctores pasee, garboso, entre su público, que bien podría proceder del Bilbao que lo vio nacer, por aquello del aparente poco entusiasmo; sin embargo, no hay mayor confianza que la que no obliga a abrazar, sino que da licencia para acariciar con la mirada. Al fin y al cabo, Doctor Deseo está entre amigos, y es más de distancias cortas que de focos y caras largas, dignos de ciertas estrellas del rock. Al mismo tiempo, los fans jalean a Joe González y a Josi Jiménez, al saxo y bajo, respectivamente, máximos protagonistas del éxtasis instantáneo, pues ya se sabe que, en las familias, las preferencias no se ocultan, y el cantante, divertido, deja claro que en esta no hay envidias.
Casi a mitad del concierto, llegamos al corazón del disco, un “Adiós” al padre de Francis, fallecido recientemente, que da título y sentido a todo el álbum: “Es ahí de donde podemos sacar la fuerza, de sentirnos pequeños y frágiles”, introduce el frontman de la banda antes de que un escalofrío recorra la sala Nazca.
En “Nire Minstrua”, la batería de Txanpi marca el compás de esa pelea contra el monstruo narrada en euskera, un combate del que salir airoso, y que nos conduce a “Corazón de tango”, uno de los himnos del conjunto cabaretero coreado a voz en cuello por el público. Este da paso a los bises, que no se hacen esperar; no así la pieza que los abre, demandada desde el principio: “Abrázame” con la espléndida voz de Aiora Renteria, una oda al intimismo donde Francis se repliega tras la cantante de Zea Mays mientras la envuelve con delicadeza.
El postre, “De chocolate y vainilla”, porque ellos son “otra cosa más hermosa, más golosa…” Suspiramos ahora con la declaración sobre la belleza real del mundo intercalada por Francis en los versos de esta canción, perteneciente al álbum Metamorfosis (2005).
La despedida definitiva comienza al ritmo de ”Misirlou” que, además de conformar la banda sonora de Pulp Fiction, es una canción tradicional griega que significa precisamente “mujer”.
Tras los agradecimientos, nos regalan un rock de los comienzos con “La chica del Batzoki”, y es que los escarceos entre macarras y niñas bien no pasan de moda.
Y, como guinda a tan deliciosa noche, un viaje a Saturno orquestado por las seis cuerdas de Aitor Agiriano, con gran presencia también de Joe González. Detrás del tono melancólico, reluce un halo de esperanza.
Vídeo de “¡Cuánto frío hace en Saturno!” con la Orquesta Sinfónica del País Vasco.
Como dijo San Pablo, “La fuerza se realiza en la debilidad”, y “conocemos el placer por contraste con el dolor”, en palabras de Francis.
Si la buena música no es terapia, “Que nos quiten lo bailado”.