Piedras, pintura y carteles amenazantes: el último intento frustrado de boicotear a Vox en Cataluña

En el cierre de campaña, una vez más, los de Abascal han tenido que soportar la amenaza de los violentos

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Jacobo Pérez Miró

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

No ha sido como en Vic, pero tampoco ha sido un cierre de campaña normal. Vox ha demostrado, como en su momento Ciudadanos, que hay lugares de nuestro país en los que hacer política de forma sosegada y pacífica es prácticamente imposible. En el cierre de campaña, una vez más, los de Abascal han tenido que soportar la amenaza de los violentos.

Un grupo de jóvenes en medio de soflamas antisistemas

Son jóvenes, eran jóvenes. Muy pocos de los que en la noche del jueves han tratado de boicotear el acto de cierre de Vox, pasaría de los 30 años. La mayoría, jóvenes antis sistema, fuertemente ideologizados en un mix independentista, anarquista, pro derechos trans, un tanto curioso, no en vano lucían una bandera en representación del colectivo.

Además, una pancarta en la que se podía leer un claro deseo de echar al “fascismo”, recordando viejos lemas de la Guerra Civil como el “no pasarán”. Al comprobar que los de Vox no solo habían pasado, sino que llevaban algunas horas antes que ellos por allí, daba comienzo la sintonía de los cánticos más reivindicativos y, por supuesto, críticos con España.

Caen las primeras piedras y los Mossos se preparan para cargar

Todo es provocación. Los periodistas se refugian en este lado del escenario en un lateral ataviados con sus cascos y chalecos identificativos. “Cuando empiecen a cargar, no distinguen”, comenta un compañero experimentado en estas lides.

Los jóvenes tratan de llamar la atención de los agentes. Una chica cobra protagonismo. Lleva el pelo teñido de al menos tres colores y no duda en colocarse frente a la turba iracunda, dispuestos ellos a liberar Barcelona de lo que consideran es “el fascismo”.

“Guapo, que estás muy guapo”, le dice a uno de los agentes que mira con detenimiento la escena. No se inmutan. Cae una lata de cerveza, lanzada desde la masa. Nada. Los agentes se mantienen imperturbables.

La calle ya está llena de pintura roja, la única víctima real de los primeros embistes de la protesta. El ambiente está cargado, como el cielo que nos da un respiro y mantiene su lluvia dispuesta a golpearnos en cualquier momento. Ya no es una lata, la botella que se acaba de hacer añicos contra el asfalto es de vidrio. Es Jägermeister, un fuerte orujo, para que nos entendamos. Nada.

Y entonces, un protagonista anónimo. Un joven (o una joven, no vayamos a ser desconsiderados con el “antifascismo”) se funde con la masa y desde el anonimato que le proporciona lo colectivo se atreve a lanzar algo más contundente: una piedra.

Hablamos de una buena piedra, nada de cursilerías. Estampa contra las lunas delanteras de los furgones de los Mossos, si lo hubiese hecho en la cabeza descubierta de una asistente al acto, de un periodista o sencillamente de cualquier vecino, ahora mismo estaríamos hablando de una situación a vida o muerte. La furgoneta, por suerte, lo resiste. Para ello está diseñada y entonces, ocurre la reacción de los agentes.

Los Mossos se cuadran y avisan, se terminó el juego

Hasta entonces todo han sido juegos. Nada más que eso, chavales jugando a ser antisistema, anti Vox, y anti todo. Pero siempre hay alguien que, con la complicidad silente de los demás, está dispuesto a terminar con el juego destrozar la partida. Los agentes de los Mossos cuadran sus escudos de plástico con una nueva postura previa a la carga.

“Es inminente”, avisa el altavoz de una de las furgonetas. El lanzamiento de las primeras piedras hace reaccionar al cuerpo que no tiene el mínimo inconveniente en minimizar la protesta si continúan volando objetos del estilo contra ellos mismos o contra quienes por ahí pasan.

La masa recula. Los anónimos están satisfechos con su breve protagonismo y se conforman con tan solo estar allí, en realidad, con eso vale, suficiente “antifascismo” por un día, lo importante de verdad es estar y dar la batalla. Un argumento que, difícilmente pueden comprar los vecinos que, ante el escenario en dos frentes que se les ha montado en el barrio, apresuran a meterse en sus portales. Tienen suerte, dormirán tranquilos, esta noche no habrá más protestas.

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