Sánchez pone a prueba su instinto de supervivencia

Los peligros son obvios y la audacia del Presidente, total

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Ricardo Rodríguez

Publicado el - Actualizado

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A Pedro Sánchez, ha resultado evidente día tras día, a lo largo de 72 horas previas a la toma de posesión de su Gobierno de coalición, en ningún caso parecen gustarle los cuadernos. Ni aquel azul de José María Aznar ni uno rojo como podría esperarse de un inquilino de La Moncloa socialista. Lo suyo ha pasado por arrojar sus hojas, una a una. La lista de ministros más estirada y, desde luego, más extensa. Hasta alcanzar la cifra de 22. Y, previsiblemente, en el PSOE y en el Grupo Parlamentario, a la falta de entusiasmo, pronto empezará a hacer mella la angustia.

Con la Legislatura en el alambre, Sánchez buscó apuntalar en su declaración institucional de este domingo su Gabinete bicolor. Debe dejarse en defensa, que no es poco, vale, aunque la idea en el equipo presidencial era pasar al contraataque. “El Gobierno tendrá varias voces, pero siempre la misma palabra”, proclamó Pedro Sánchez. Todo un aviso a navegantes, toda vez ya ha demostrado estar lejos de ser sencillo el experimento de la unidad con Pablo Iglesias. Y ello aún cuando el mismo Presidente resta toda trascendencia al golpe propinado al ego del líder de Podemos al convertirlo en uno entre cuatro vicepresidencias.

“Todo ha estado siempre claro. La negociación se ceñía a la estructura para incorporar a UP”, exhortaba ante propios y extraños Sánchez. Oído cocina. Y sin embargo, en el seno de La Moncloa, más allá de las filtraciones de su cuota ministerial, escoció incluso que el secretario general de los morados se hubiera pavoneado en diversas conversaciones de sumar la Agenda 2030 a las atribuciones como vicepresidente segundo de Derechos Sociales. Así de presto ha demostrado estar Sánchez de meter en vereda a Iglesias, o eso parece.

A la postre, el nuevo Gabinete echa a andar con plomo en las alas. Por la falta de cohesión entre ministros, desde luego, pero igualmente por una frágil base parlamentaria y la dependencia de ERC, de quienes, crecidos, carecen del menor interés por la estabilidad de España. El envite de los separatistas resulta de tal envergadura que Sánchez ha alzado bandera blanca. Él se reserva el control final de la negociación con la Generalitat de Cataluña, junto a la vicepresidenta, Carmen Calvo. Ojo, también jugará su papel el ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, sin lugar a dudas por aquello de la “desjudicialización” - tan en boga - del “conflicto político”.

En esa línea, la cita de Pedro Sánchez con Quim Torra podría llegar con prontitud. Será al margen de la ronda prevista con mandatarios autonómicos. Disposición a dar al presidente catalán trato preferencial y privilegiado, antes de asentar los pilares de la mesa bilateral pactada por el PSOE con ERC, aunque ahora Torra aspira a pilotarla introduciendo sus exigencias. Entre otras, recuperar la figura de un relator internacional en una vuelta de tuerca a un acuerdo que ya iba bastante más allá de Pedralbes con una consulta final en Cataluña. Tiene el jefe del Ejecutivo en cuenta la situación judicial de Quim Torra, pero sugirió disponer de tiempo hasta que el Tribunal Supremo resuelva sobre su inhabilitación.

Con 155 diputados de coalición, es decir, en minoría parlamentaria, con discrepancias a la vista que a duras penas lograrán mitigar las gabelas del poder, Pedro Sánchez se apresta a iniciar una andadura imprevisible, un sendero cuyo inicio es sabido pero cuyo final nadie conoce. “No pedimos 100 días de gracia, pero al menos 10 minutos”. Es, de momento, uno de los mantras cargado de victimismo larvado en las sentinas de La Moncloa. 

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