El Castillo de la Triste Condesa, viuda por el “hechizo” de un rey y los celos de una reina

El Castillo de la Triste Condesa, viuda por el “hechizo” de un rey y los celos de una reina

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

3 min lectura

En el centro mismo de Arenas de San Pedro, en Ávila, sorprende un castillo tan imponente como curioso, entre otras cosas, por los diferentes nombres con los que es conocido. Su nombre oficial es Castillo del Condestable Dávalos o Castillo Dávalos y tiene sentido porque fue él quien lo construyó en el siglo XIV. Otros le llaman Castillo del Conde Luna, porque en él vivió Álvaro de Luna, Condestable de Castilla y Gran Maestre de la Orden de Santiago, el hombre más poderoso de su tiempo, con tanta influencia que se convirtió en el centro de todas las envidias y, en torno a él, se urdieron tantas intrigas que llegó a ser acusado de tener hechizado al rey Juan II, padre de Isabel la Católica.

Las crónicas de la época aseguran que el rey sólo lo quería a él cerca de su trono y dentro de sus aposentos privados y que, por eso, el Conde Luna, ambicioso, se aprovechaba de la sumisión real para medrar, dejando tras de sí una estela de caballeros agraviados y deseosos de venganza que no dudaron en difundir el rumor envenenado de que el rey estaba enamorado de Álvaro de Luna. Dicen que, influenciada por esa rumorología, la reina Isabel de Portugal terminó convenciendo a su marido, para que se deshiciera del conde y se quedara con sus posesiones que se estimaban muy cuantiosas.

El Castillo de la Triste Condesa, viuda por el “hechizo” de un rey y los celos de una reina

Haciendo caso a la reina, Juan II ordeno que el Conde Luna, que lo había servido desde que era niño, fuera detenido, juzgado y decapitado. Era el año 1453 y Álvaro de Luna llevaba 23 años casado con Juana Pimentel, hija de los Condes de Benavente, auténtica propietaria de este castillo al que se retiró al enviudar y después de verse obligada a entregar sus otras posesiones, no sin antes escribir al rey amenazando con defenderse, recurriendo, si era necesario “a los moros o a los diablos”.

Desde Arenas de San Pedro, Juana Pimentel, reclamó insistentemente los bienes que le habían sido confiscados e incluso declaró guerras y fue tan beligerante que llegó a ser también condenada a muerte, aunque al final fue perdonada.

El Castillo de la Triste Condesa, viuda por el “hechizo” de un rey y los celos de una reina

Cuentan que desde el mismo momento en que se quedó viuda, Juana firmó todos sus escritos como “La Triste Condesa”, un nombre con el que el pueblo terminó llamando a ese castillo sobre el que sobrevuelan los versos que Jorge Manrique le dedicó al Condestable Álvaro de Luna:

“Pues aquel gran Condestable,

Maestre que conoscimos

tan privado,

no cumple que de él se hable,

sino solo que lo vimos

degollado;

sus infinitos tesoros,

sus villas y sus lugares,

su mandar,

¿qué le fueron sino lloros?”.

Hoy, condenada casi al olvido la truculenta historia del Conde Luna y la legendaria razón de intrigas y celos por la que su viuda se convirtió en La Triste Condesa, este castillo nos recibe con la Torre del Homenaje y el Patio de Armas convertidos en centros de exposiciones y actos culturales.

No lejos de allí, al palacio que hoy lleva su nombre, se retiró el Infante Don Luis, “desterrado” por su hermano el rey Carlos III.

El Castillo de la Triste Condesa, viuda por el “hechizo” de un rey y los celos de una reina

Ocurría que, con la Ley Sálica, sólo podían ser reyes quienes hubieran nacido y se hubieran educado en España y los hijos de Carlos III habían nacido todos en Italia siendo él rey de Nápoles, así que, para evitar que el Infante Don Luis tuviera descendencia que pudiera reclamar la corona, le negó sistemáticamente el permiso para casarse. Cuando, al final, le permitió contraer matrimonio con una “desigual”, un matrimonio morganático, para curarse en salud, promulgó una norma Pragmática por la cual nadie casado con una “desigual” podría acceder al trono, exigiendo, además, que Don Luis, víctima de intereses e intrigas palaciegas, se fuera a vivir “a más de veinte leguas” de la corte. El Infante Don Luis, eligió Arenas de San Pedro y este palacio obra de Ventura Rodríguez, que hoy compite en historia y belleza con el Castillo de la Triste Condesa.