Catedral de Santiago de Compostela, la magia de lo eterno
Entrar en la Plaza del Obradoiro y encontrarse con esa Catedral, corazón de la cristiandad y punto de destino de tantos peregrinos, emociona y asombra
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Todos los caminos, especialmente en días como hoy, llevan a Santiago y en Santiago, todas las calles llevan hacia el “templo de la estrella”, hasta la bellísima catedral que guarda los restos del Apóstol.
Entrar en la Plaza del Obradoiro y encontrarse con esa Catedral, corazón de la cristiandad y punto de destino de tantos peregrinos con sus mochilas llenas de fe y de historias de esperanza a lo largo de los siglos, emociona y asombra. Por muchas veces que uno la contemple, nunca la va a encontrar igual porque cambia de color con el color del cielo, con la lluvia o con el sol, con las nubes negras de tormenta o con los cúmulos blancos que dibujan retazos de cielo en su fachada.
Traspasar el Pórtico de la Gloria, ahora más espectacular que nunca mostrando la belleza incomparable de sus figuras recientemente restauradas, es seguir los pasos de millones de peregrinos llegados de todo el mundo, con sus mochilas cargadas de sentimientos y persiguiendo tocar con la mano ese campo de estrellas.
Hasta no hace mucho, situarse delante de la columna central del parteluz, colocar los dedos sobre la huella dejada por millones de peregrinos que apoyaron en ella su mano para reposar el cuerpo después del largo viaje y golpearse la frente contra la figura del Maestro Mateo, “o santo dos croques”, era una tradición ineludible para estimular la memoria y adquirir sabiduría. Es una lástima que, para preservar la integridad de la columna y la figura del Maestro Mateo, ya no se pueda hacer.
Dentro del templo, la magia se puede sentir a cada paso mientras Santiago nos observa desde múltiples figuras. En el mismo altar mayor de plata repujada, tenemos tres, un Santiago peregrino, el Santiago “de los abrazos” y un Santiago Matamoros coronando el retablo.
Sentarse en uno de sus laterales, cerquita del altar mientras el enorme botafumeiro de metro y medio, balanceado por ocho tiraboleiros, esparce incienso sobre nuestra cabeza, produce la sensación indescriptible de abrazar el presente dándole la mano a los que en el pasado se sentaron en el mismo lugar e imaginando a quienes lo harán en el futuro, en una cadena sin fin.
Bajo la imagen del Apóstol al que la pandemia privó de los millones de abrazos que siempre había recibido, nos espera la cripta en la que reposan sus restos y donde incluso los que llegan a Compostela por razones personales y no de fe, terminan convirtiendo en oración su conversación de agradecimiento a Santiago reconociendo que sus vidas cambian después de hacer el camino hasta este campo de la estrella.
Salir de la catedral por la Puerta Santa o del Perdón, hacia la Plaza de Platerías, es empezar a adentrarse en la leyenda porque allí, esculpida en una esquina entre paredes, se encuentra la vieira más grande de Santiago y cuentan que es el pilar que sostiene toda la catedral y que si se quitara esa vieira todo el edificio se vendría abajo.
La noche y los días de orballo que dan brillo a las calles y nos obligan a refugiarnos bajo los seculares soportales son fascinantes en Santiago y hacen asomar a nuestra memoria cantidad de leyendas de esas tan habituales en la Galicia más mágica.
A la luz de las farolas, por ejemplo, en una esquina de la catedral nos sorprende una asombrosa e inquietante silueta de peregrino. Cuentan las historias compostelanas que es la de un peregrino enamorado de una monja a la que había emplazado para encontrarse en ese lugar para iniciar una vida juntos. La joven decidió seguir con su vocación religiosa haciendo caso omiso a la propuesta de su enamorado y, desde entonces, él vuelve cada noche al mismo lugar para esperar a su amada hasta que las luces del amanecer lo hacen desaparecer. Los más escépticos dicen que el enamorado no es más que la sombra de una farola que refleja esa caprichosa forma en la pared.
Tras la visita obligada a la Catedral y al Apóstol y superado ya el bullicio del día y de las horas de vinos y copas, la madrugada entre soportales y calles empedradas, con galerías acristaladas y ventanas de madera, parecen invitarnos a dar un paso atrás en el tiempo de este Santiago singular y único en el que confluyen todos los caminos de quienes peregrinan por un acto de fe hacia los brazos del Apóstol o buscando la paz y el sosiego de su espíritu y con el objetivo de encontrarse consigo mismos en este mágico y eterno campo de la estrella.