El escondido río de 'leche de luna', único en el mundo
Se trata de un río de poco más de trescientos metros y cauce blanco cuya textura es similar al yogurt en algunos puntos y a la leche en otros
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Muy cerca de Cestona, en Guipúzcoa, en el valle de Airzaina, a unos 30 metros bajo el suelo, en un lugar rodeado de leyenda y frecuentemente oculto entre la niebla, fluye el único río de “leche de luna” que existe en el mundo.
Hay que ser profesional de la espeleología para tener la preparación, forma física y posibilidad de ver esa maravilla única, cuyo brillo blanco contrasta con las paredes de lo que fueron galerías de una antigua mina, en desuso desde hace años y, ahora, con peligro de desprendimientos.
Se trata de un río de poco más de trescientos metros y cauce blanco cuya textura es similar al yogurt en algunos puntos y a la leche en otros.
Esa “leche de luna”, como la bautizó un investigador que vio una pequeña muestra por primera vez en una cueva de Suiza, no es otra cosa que un precipitado espeso de calcita que no llega a solidificar del todo y que se conoce desde hace siglos. De hecho, los antiguos, la utilizaban con aparentes fines médicos para problemas digestivos y, sobre todo, de la piel.
Cuenta la leyenda, además, que en aquellos tiempos lejanos conocían el secreto de cómo formar niebla con ella, una niebla que convertía a las personas y las cosas en invisibles.
Aunque existen pequeñas lagunas de leche de luna espesa en otros lugares del planeta, solo aquí es completamente líquida formando un río absolutamente impresionante, coronado por pequeñas estalactitas blancas que le dan al lugar un aspecto fantasmagórico y encantado y que fue descubierto hace solo una veintena de años por Carlos Galán, biólogo y director del departamento de espeleología de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, uno de los pocos privilegiados que pueden tocar la “leche de luna” con las manos y que mantienen su emplazamiento exacto en el más riguroso secreto, para preservar ese lugar sin igual en el mundo, un lugar dominado desde lo alto por la ermita de Santa Engracia, una iglesia que algunos atribuyen a los templarios y que, en todo caso, sorprende por su enorme campana de más de 500 kilos de peso y que, según cuenta la leyenda, subió hasta allí un enorme carnero porque, entonces, la zona era intransitable, incluso para los bueyes.
Esa ermita que, por su aspecto rotundo, más parece un recinto defensivo, es un lugar emblemático desde hace muchos siglos, hasta el punto de que aparece mencionada en el testamento de Juan Sebastián Elcano :
«En la nao Victoria en el mar Pacífico, á un grado de la línea equinoccial, á veintiseis días del mes de Julio, año del Señor mil é quinientos é veintiseis, en presencia de mí, Iñigo Ortes de Perea, contador de la dicha nao capitana por sus Magestades, el Juan Sebastian de el Cano, vecino de Guetaria, estando enfermo en la cama de su cuerpo, é sano de su juicio y entendimiento natural. tal cual á nuestro Señor plugo de le dar, temiéndose de la muerte que es cosa natural, estando presentes los testigos infrascriptos, pie entó esta escriptura cerrada y sellada, que dijo ser su testamento y última voluntad, el cual dijo que otorgaha é otorgó por su postrimera é última voluntad, é mandaba é mandó que se guardase é cumpliese.”
Así empieza su testamento en el que se recoge expresamente que deja un ducado de oro a esta ermita que hoy parece vigilar ese singular cauce de leche de luna que nosotros podemos conocer gracias al testimonio gráfico de su descubridor, Carlos Galán y de Oscar Sicilia de Sakon Espeleología, a la espera de poder comprobar algún día si los efectos mágicos que le atribuían los antiguos, nos pueden convertir en invisibles o no.