Monasterio de Piedra, una obra maestra de "los hijos del agua"
Es ese río, escultor de piedras y paisajes, el que le confiere todo un caudal de magia a este lugar
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En Nuévalos, muy cerca de Calatayud, en la provincia de Zaragoza, la naturaleza y la mano del hombre han construido una maravilla que conocemos como Monasterio de Piedra.
La naturaleza, con el caudal del río Piedra, lleva siglos convirtiendo el lugar en un vergel en el que el agua corre caprichosa, se desliza, salpica y se lanza al abismo con ímpetu, como una enorme “Cola de Caballo” (su cascada más alta) creando cascadas y lagos que constituyen un remanso de paz y un placer para los sentidos.
El hombre hizo el resto y construyó un monasterio bellísimo que, habiendo sobrevivido a abandonos, guerras, invasiones y desamortizaciones, tiene ya 800 años y lo hizo de la mano de los “hijos del agua”, como se conocía a los monjes cistercienses porque la mayoría de sus monasterios están construidos en zonas de abundante agua que ellos eran expertos en canalizar y aprovechar.
Según Paulo Coelho, en su libro ”A orillas del río Piedra me senté y lloré”, “cuenta la leyenda que todo lo que cae en este río - las hojas, los insectos, las plumas de las aves - se transforma en las piedras de su lecho”.
Es ese río, escultor de piedras y paisajes, el que le confiere todo un caudal de magia a este lugar.
En la misma entrada del recinto, una inscripción nos pone sobre aviso: “No es el martillo el que deja perfectos los guijarros, sino el agua con su danza y su canción”.
Recorriéndolo, damos fe de la magistral obra cincelada por el agua durante siglos y nuestra imaginación se desborda ante la leyenda que cuenta que, allá por la noche de los tiempos, los ángeles y los demonios libraron una terrible batalla en este lugar. Cuando solo quedaba un demonio en pie, este cogió una enorme roca para arrasarlo todo e inclinar la balanza de la victoria a su favor, pero una certera y destructora bola de fuego lanzada por los ángeles, acabó con él y la enorme roca que hoy se conoce como Piedra del Diablo, cayó de sus manos, quedando clavada en el suelo para toda la eternidad.
Pero no todo es piedra y agua en el Monasterio de Piedra. Este mismo lugar es la cuna del “alimento de los dioses” según la mitología azteca, un alimento del que Hernán Cortés dijo que “cuando uno lo bebe, puede hacer toda una jornada sin cansarse ni tener necesidad de alimento”.
Cuenta la historia que, a este lugar, llegó el chocolate de la mano de un fraile que había acompañado a Hernán Cortés, pero que los monjes cistercienses, ante al sabor amargo que tenía, decidieron añadirle vainilla y canela para endulzarlo. Crearon así, en la cocina monacal, el delicioso chocolate a la taza, muy parecido al que podemos tomar en la actualidad.
Ese derroche de belleza y de historias y el sonido inconfundible del agua abriéndose paso entre campos y rocas, convierten el Monasterio de Piedra en un lugar fascinante y único.