Pazo de Meirás, el sueño romántico de Emilia Pardo Bazán
'O paciño' es un lugar para visitar con la mente abierta, sin inquinas, para contemplar la belleza que nos brinda un espacio tan especial, el sueño romántico de una gran escritora
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El Pazo de Meirás fue la obra y el sueño de Emilia Pardo Bazán, un sueño que ella llamaba “O paciño” (el pacito, pequeño pazo) en el que se casó y murió, en el que pasó gran parte de su vida y en el que escribió algunas de sus mejores obras.
A medida que nos acercamos, nos viene a la cabeza “La Quimera”, uno de los libros de la escritora, porque lo que vemos, coincide, casi exactamente, con lo que ella describe en él, con el nombre de Alborada:
“A una revuelta de la carretera empezó a emerger, de la ramazón tupida del castañal, el alminar de las torres de Alborada (Meirás). Poco a poco, la mole del edificio entero parecía ascender, todo blanco, de piedra granítica; al mismo tiempo, olores finos, azucarosos, de flores cultivadas, avisaron a los sentidos de Silvio. Llamó a la campana de la verja y esperó, bañándose en un ambiente saturado de esencia de magnolia”.
Todavía ahora, a pesar de los años transcurridos, porque la escritora había mandado construir ese Pazo a finales del siglo XIX, todo sigue casi igual y el olor dulzón de los magnolios que continúan dando vida a los jardines, se cuela en la nariz mientras el colorido de las hortensias que bordean la carretera, llena la vista.
Es impresionante contemplar el Pazo desde la carretera y más aún de cerca.
Esas torres, al estilo de los castillos medievales en las que Pardo Bazán esperaba el duende de la creatividad, son impactantes, bellísimas.
Resulta curioso comprobar como la luminosidad y belleza de los jardines, contrasta con un interior abigarrado y oscuro, como ella lo describió y, por conservar, conserva incluso la moldura de hierro para los parrales que describe en “La Quimera”:
“… la sala baja de la torre, de anticuado mobiliario, de paredes cubiertas por bituminosas pinturas. Era en la terraza, bajo la bóveda de ramaje de las enormes acacias, de las cuales, no con violencia de remolino, sino con una calma fantástica, nevaban sin cesar miles de hojitas diminutas, amarillo cromo. Bajo la alfombra de la menuda hojarasca que moría envuelta en regio manto áureo, desaparecía el enarenado del suelo completamente. Los sillones de mimbre que ocupaban Minia y Silvio se adosaban a la baranda de hierro enramada de viña virgen, sombríamente purpúrea…”.
Hoy, abierto al público, podemos pasear los mismos jardines que ella paseó, incluso asomarnos a las escaleras que la escritora ideó, aunque, de momento, no podemos visitar todos los salones repletos de muebles y objetos valiosísimos, las estancias que para unos forman parte de la historia de España y para otros un episodio para olvidar.
Todo el pazo es espectacular, pero quienes admiramos a Pardo Bazán, mantenemos la esperanza de poder visitar y disfrutar de su biblioteca e imaginarla allí, sentada, en la Torre de la Quimera, empapándose de cultura, escribiendo sus artículos frecuentemente críticos, frecuentemente incendiarios y plasmando en hojas en blanco lo mejor del costumbrismo gallego.