El Castillo de Cornatel y su tesoro escondido
Cuenta la leyenda que, en algún lugar del macizo rocoso en el que se asienta, existe la entrada a un pasadizo que baja hasta el río
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En lo alto de una zona rocosa del municipio leonés de Priaranza, se alza digno y majestuoso en su ruina, el castillo templario de Cornatel, con una larga historia de señores, caballeros y condes.
Cuenta la leyenda que, en algún lugar del macizo rocoso en el que se asienta, existe la entrada a un pasadizo que baja hasta el río, lo cruza por debajo y llega, 14 kilómetros después, al lugar conocido como Cueva de la Mora, a los pies del castillo de Ponferrada.
Algunos dicen que esa entrada secreta puede estar bajo una roca llamada “Pedra do home” (Piedra del Hombre) en la que, aseguran que la primera noche de luna llena del verano, aparece una misteriosa espada templaria.
Hoy, el castillo de Ponferrada, muy restaurado, se lleva la fama y el de Cornatel resiste al filo del olvido en un lugar de enorme belleza, un poco por encima de lo que han dado en llamar el “banco más bonito del Bierzo” y que no es otra cosa que un mirador de vistas excepcionales, aunque no tanto como las que se disfrutan desde lo alto del castillo.
Allí, perdido en la montaña y rodeado de leyendas, mantiene la prestancia de la fortaleza que fue, al servicio de los caballeros templarios comprometidos con su labor de garantizar la seguridad de los peregrinos en su marcha hacia Santiago.
Pero, también entre esos caballeros había crápulas.
Cuenta la leyenda que uno de ellos, durante una partida de caza, se cruzó con una mujer muy hermosa a la que, olvidando su condición de caballero, terminó forzando.
Enterado el novio de la chica, buscó al templario y lo asesinó de una cuchillada en el vientre, antes de salir huyendo a tierras lejanas. Fue allí, lejos de su tierra donde, arrepentido, se hizo monje.
Por esos cambalaches del destino, años más tarde, el monje fue destinado al Monasterio de Carucedo, muy cerca del Castillo de Cornatel. Allí, había una bruja que tenía atemorizados a los vecinos con sus maldades así que la encerraron en una ermita y pidieron la ayuda del monje para que intentara calmarla.
Cuando el monje llegó a la ermita, descubrió que la bruja era su antigua novia. Cuentan que se abrazaron tan apasionadamente que temblaron los muros de la ermita y, aunque nadie sabe a ciencia cierta si fue por su pasión de enamorados que se reencuentran o como castigo por la muerte del templario, el caso es que el cielo se abrió y desató su furia con la mayor de las tormentas de rayos, truenos y lluvia, tanta lluvia que inundó el valle, dejando la ermita sumergida y dando lugar a lo que ahora conocemos como Lago Carucedo.
Los más escépticos aseguran que ese lago es solo fruto de las filtraciones del agua de lavar el oro que los romanos extraían de la cercana mina de Las Médulas.
Hoy, el castillo continúa ahí, imponente y testigo mudo de lo que fue historia o es leyenda y protegiendo sus secretos, entre ellos el lugar en el que esconde el tesoro del que hablan todas las generaciones y que estaría compuesto por miles de monedas de oro de los templarios e, incluso, los bolos también de oro con los que acostumbraba a jugar el Conde de Benavente, tesoros que han sido objeto de codicia de propios y extraños hasta el punto de que, aún ahora, se pueden ver en el suelo y en las paredes los agujeros que hicieron buscando, sin éxito, el tesoro escondido del Castillo de Cornatel.