La enigmática puerta a ninguna parte y sus inquietantes ojos, la obsesión de un aventurero
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Haciendo la ruta de Las Vegas, en Madrid y a la entrada de Ambite, sorprende encontrar una enigmática puerta de tres arcos en mitad del campo. Es la Puerta de los Ojos, también conocida como Monumento a los Ojos, una puerta que no conduce a ninguna parte porque está rodeada por un lado de campo abierto y sin labrar y por el otro de una pequeña explanada en la que crecen los matojos y las malas hierbas.
Cuentan que este extraño monumento nació del sueño de un aventurero llamado Federico Díaz Falcón y que, coincidiendo con el momento en que el hombre pisaba por primera vez la luna, la hoy descuidada explanada por la que se accede a ella, era un bonito jardín rodeado por una valla blanca de los que hoy no queda nada.
Acercarse a esa misteriosa puerta y observarla detenidamente produce una curiosa inquietud porque cientos de ojos, casi 300 originalmente, muchos de ellos con las cuencas vacías y destrozadas por la acción de los vándalos, nos miran desde azulejos expresamente fabricados en Talavera y Manises.
Son los ojos de Liz Taylor, de Dalí, de Barraquer, de Armstrong como primer hombre que pisó la luna y muchos más, entre los que destaca la reproducción de una casa con ojos en las ventanas, la Casa de Ojoslandia y que posiblemente refleja el sueño o pesadilla de su creador.
Nadie sabe la razón por la cual Díaz Falcón, que fue viajero incansable y uno de los primeros españoles en pisar el Círculo Polar Ártico y que falleció en 1982, decidió levantar esos arcos, esa puerta a ninguna parte en una finca de su propiedad. Nadie conoce los motivos por los que se obsesionó con los ojos hasta el punto de crear, incluso, un concurso de “Miss ojos bonitos”. Solo sabemos algunos detalles que él mismo dejó escritos: “Empecé pensando en muy pocos ojos, el oriental, el occidental… De ahí pasé a los ojos de la historia y a los de la Biblia, y hasta la mitología, y empezaron a nacer el ojo de Polifemo, los de Tobías con la golondrina que los cegó, los de la mujer de Lot cuando se convirtió en estatua de sal, los de la Magdalena magnificados por las lágrimas y muchos más se colocaron en la primera mini puerta -la de la derecha- presididos por el ojo de Dios. La puerta central está exornada con los ojos de la fantasía y en ella aparecen, presididos por el ojo del Espíritu Santo, el ojo de la paz, el de la caridad, los de San Cristóbal que aparecen al volante de un coche, el ojo de París en lo alto de la torre Eiffel; los de Santa Lucía, los ojos sicodélicos, los del vehículo lunar, los del Universo y muchos más que harían su mención interminable”. En la misma puerta se encuentran “los ojos del humor”, así que esa puerta será algo así como el surtidor de gasolina del optimismo, para que el viaje resulte grato. En ella se ven los ojos geniales de Charlot, los de Salvador Dalí, escoltados por sus enhiestos y aciculares bigotes, el ojo del penalti, el de los 3 gatitos muy ‘in’, los del galgo que atemorizado corre delante de la liebre, los ojos en cuarto menguante, el ojo ye-yé y muchos más”.
“En el mismo instante en que Armstrong ponía su pie en nuestro satélite, Don Jesús Orozco, el cura párroco de Ambite, bendecía el Monumento a los ojos”. Así cuenta también Díaz Falcón en su libro “Mirando al año 2000”, la inauguración de esta puerta, este lugar hoy semi olvidado y casi oculto que, a menos de una hora de Madrid, merece la pena visitar, aunque los vándalos se hayan llevado incluso el mosaico en el que su creador había dejado una inscripción de bienvenida: “Bienvenidos a Ojoslandia. Gracias por visitarnos. Entre los árboles encontraréis un afluente de paz y esperanza”.
Un extraño monumento que con sus ojos despierta sentimientos encontrados, de admiración, curiosidad y desasosiego, según a quién o a qué correspondan.