Lagunas de Ruidera, entre el espíritu de Don Quijote y legendarios tesoros escondidos

Lagunas de Ruidera, entre el espíritu de Don Quijote y legendarios tesoros escondidos

Ana L. Quiroga

Publicado el - Actualizado

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“… Nos tiene aquí encantados el sabio Merlín ha muchos años; y, aunque pasan de quinientos, no se ha muerto ninguno de nosotros: solamente faltan Ruidera y sus hijas y sobrinas, las cuales llorando, por compasión que debió de tener Merlín dellas, las convirtió en otras tantas lagunas, que ahora, en el mundo de los vivos y en la provincia de la Mancha, las llaman las lagunas de Ruidera”.

Así le cuenta Montesinos a Don Quijote el encantamiento que rodea las 15 Lagunas de Ruidera, de nombres tan sugerentes como Salvadora, Redondilla, Coladilla, Blanca…, un lugar inusualmente bello en medio de la aridez predominante en La Mancha, en el que la naturaleza se muestra en todo su esplendor y donde, entre discrepancias de expertos, parece encontrarse el nacimiento del Guadiana, para después desaparecer y aflorar nuevamente a la superficie en el lugar llamado Los Ojos del Guadiana.

Lagunas de Ruidera, entre el espíritu de Don Quijote y legendarios tesoros escondidos

En medio, leyendas de princesas encantadas viviendo entre dunas y meandros expresamente reservados para ellas por el mago que convirtió estas tierras, antes extremadamente secas, en tierras de cultivo en las que el agua aparece y desaparece en un misterioso juego del escondite que los estudiosos ciñen a una simple cuestión de física y de acuíferos subterráneos.

Estas lagunas de colores casi imposibles que van desde el gris al verde esmeralda o al azul aguamarina, no sólo reflejando el color del cielo sino también por la influencia de los minerales y la vegetación de su entorno, se comunican entre sí con cascadas y por filtraciones subterráneas que alcanzan el máximo de belleza cuando reflejan el fuego del atardecer. Es entonces cuando la imaginación se desborda recordando viejas leyendas como la de “la encantada”, con la que se asustaba a los niños y se les ponía hora de vuelta a casa sin necesidad de reloj. Contaban las madres que, al anochecer, aparecía en la orilla una mujer que atraía a los niños mientras alisaba con peine dorado unos largos cabellos que parecían de oro al recibir los últimos rayos del sol y que si fijaba la mirada en alguien que estuviera cerca, por un oscuro encantamiento, se tendría que quedar allí, con ella, como su esclavo por toda la eternidad.

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Dice también la tradición popular que tras las cascadas con las que unas lagunas van compartiendo agua con las otras, se esconden cuantiosos y espectaculares tesoros custodiados por enormes serpientes cuya picadura resulta tan mortal que ninguno de los que intentaron traspasar la cortina de agua para hacerse con el oro llegó a salir de nuevo.

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Muy cerca está la Ermita de San Vicente de Verona, patrón de Ossa de Montiel, un santo milagrero al que los hombres llevan a hombros el Domingo de Resurrección desde la ermita hasta el pueblo y las mujeres lo devuelven a su ermita el 29 de abril y a cuyo lado encontramos otro lugar fascinante, “La Casa del Ermitaño” o la “Venta de Celemín”, donde Cervantes sitúa a Don Quijote, justo después de haber salido de la Cueva de Montesinos: “No lejos de aquí –respondió el primo– está una ermita, donde hace su habitación un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinión de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo además. Junto con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado a su costa; pero, con todo, aunque chica, es capaz de recibir huéspedes”.

Un lugar único en el que, leyendas aparte, sobrevuelan el espíritu de Don Quijote y el de su leal e inseparable Sancho.

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