Palacio de Buenavista: historia, romances goyescos y el ascensor secreto de Azaña

En el siglo XVI, más allá del Altillo de Buenavista, no había nada, solo campo y escombreras porque la Cibeles todavía no había sentado su trono castizo

Palacio de Buenavista: historia, romances goyescos y el ascensor secreto de Azaña

Ana L. Quiroga

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En el siglo XVI, más allá del “Altillo de Buenavista”, no había nada, solo campo y escombreras porque la Cibeles todavía no había sentado su trono castizo y la Puerta de Alcalá no había abierto sus ojos entre el Retiro y la diosa, pero como Felipe II decidió trasladar la Corte a Madrid, el Arzobispo de Toledo le regaló esa finca en la que construirían un primer palacio que Felipe II al principio y Felipe III después, sólo utilizaron como “casa de campo” y finca de recreo.

El Palacio de Buenavista fue creciendo, sufriendo incendios y avatares varios y volviendo a ser reconstruido y crecer, pero fue Cayetana, la XIII Duquesa de Alba, inmortalizada por Goya su protegido, amigo y dicen que amante, quien le dio forma y categoría de auténtico palacio.

Recorriendo sus pasillos, resulta fácil imaginar a la duquesa encaminándose, sin inmutarse ante las habladurías, hacia la mejor habitación del palacio en la que había instalado al pintor y posando para él con Mari Luz, la niña de color que la duquesa adoptó y trató como la hija natural que no llegó a tener, un episodio que fue la comidilla de los mentideros de Madrid.

Palacio de Buenavista: historia, romances goyescos y el ascensor secreto de Azaña

Por sus salones y dependencias pasaron reyes, reinas, nobles, cortesanos y “cortesanas”, generales franceses invasores, ministros, militares de alto rango….

A pesar de encontrarse en uno de los lugares más céntricos de Madrid y estar abierto al público de manera gratuita previa solicitud al Ministerio de Defensa, este palacio pasa casi desapercibido entre árboles centenarios y plantas traídas de casi todos los países del mundo.

Cruzar la verja de hierro junto a la cual, en circunstancias normales, el último viernes de cada mes cientos de madrileños y visitantes presencian el cambio de guardia, pasear por ese jardín y empezar a subir la escalera noble, es toda una experiencia.

En el primer escalón nos reciben dos candelabros con bombillas que nos recuerdan que ellos fueron los primeros en dar luz eléctrica en un edificio público de Madrid.

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Los salones, en los que tapices diseñados por Goya que cuelgan de las paredes y lámparas de la Real Fábrica de cristal de La Granja alternan con la edición del día de la prensa nacional sobre las mesas y muestran una extraña conexión entre el pasado y el presente, como si el tiempo se hubiera detenido en los espectaculares relojes seculares que vamos encontrando y todo ello, bajo la mirada medio bizca de Fernando VII, desde el retrato que Goya le pintó. Cuentan que el pintor no disimulaba lo mal que le caía el rey y que por eso lo retrató “al natural”, o sea poco favorecido tirando a muy feo.

Ver de cerca la mesa en la que Alfonso XIII presidió su último consejo de ministros antes de salir para el exilio y en la misma que Azaña, horas después, presidiría el primer consejo de ministros de la II República, es poder leer la historia reflejada en su cuidada superficie.

Detenerse ante el banco en el que el General Prim recibió los primeros cuidados tras el atentado que le costó la vida y que conserva algunas manchas, dicen que con su sangre o descubrir camuflado tras un espejo el ascensor blindado y secreto que mandó instalar Azaña, nos muestra lo cerca que puede estar toda esa historia que parece tan lejana y que, por esos saltos del tiempo, parece escrita especialmente para el Salón de los Pasos Perdidos del propio palacio.

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