El Palacio del Infante Don Luis, nido de amor de un príncipe ligón que era tan feo que “su cara daba miedo”
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En Boadilla del Monte, a un tiro de piedra de Madrid, se levanta un hermoso palacio diseñado y construido por Ventura Rodríguez, el Palacio del Infante Don Luis.
Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio, hijo de Felipe V e Isabel de Farnesio, resultó ser el gran perjudicado en el reparto de tronos porque mientras su hermano Fernando fue nombrado heredero del trono y a Carlos, su otro hermano, lo nombraban rey de Nápoles y Sicilia, él se quedó sin reino, aunque siendo arzobispo de Toledo primero y poco después, también arzobispo de Sevilla.
Pasado el tiempo, el Infante Don Luis, al cumplir los 27 años, consciente de su escasa vocación religiosa, decidió que deseaba una vida diferente, así que, con la dispensa del Papa, se secularizó y empezó una nueva andadura en este palacio que había mandado construir expresamente, convirtiéndolo en todo un nido de amor.
Cuentan que sus aventuras amorosas fueron tan numerosas que se convirtieron en la comidilla de la corte porque el Infante no era precisamente agraciado, hasta el punto de que Giacomo Casanova llegó a escribir que Carlos III “era muy feo, pero era guapo en comparación con su hermano, cuya cara daba verdaderamente miedo”.
Lo de formar una familia lo tuvo más complicado Don Luis, porque su hermano, el rey Fernando VI, se volvió loco después de la muerte de su esposa y murió sin descendencia, así que el otro hermano subió al trono como Carlos III.
Ocurría que, con la Ley Sálica, solo podían ser reyes quienes hubieran nacido y se hubieran educado en España y los hijos de Carlos III habían nacido todos en Italia, siendo el rey de Nápoles, así que le negó sistemáticamente el permiso para casarse al Infante, con el fin de evitar que tuviera hijos que pudieran reclamar la corona.
Al final, le permitió contraer matrimonio con una “desigual”, un matrimonio morganático y, para curarse en salud, promulgó una norma Pragmática por la cual nadie casado con una “desigual” podría acceder al trono. Por si fuera poco, exigió que Don Luis se fuera a vivir “a más de veinte leguas” de la corte, con lo cual, el Infante tuvo que abandonar el palacio de sus sueños, un palacio al que Carlos III, no le permitió volver ni siquiera para morir.
Todo el palacio es impresionante, la capilla, el panteón en el que destaca el nombre de una de las musas de Goya, María Teresa de Borbón y Villabriga, esposa de Godoy y Condesa de Chinchón y de Boadilla, la Sala de Armas, la Sala de Música, la Habitación de la Condesa…, cada paso nos permite imaginar la vida en ese lugar privilegiado, rodeado de montes en los que el Infante acostumbraba a cazar.
En medio de todo ese derroche de arte arquitectónico, todavía en laborioso proceso de restauración, encontramos algunos lugares tal vez poco importantes desde el punto de vista artístico, pero que nos recuerdan que, tras la vida palaciega de relumbrón y boato, existía todo un mundo de normalidad cotidiana. En la parte baja del palacio, por ejemplo, se conserva la bodega con las tinajas tal como estaban en vida del Infante y un poco alejado, el gallinero, La Casa de Aves, un recinto en el que criaban animales para el consumo en curioso contraste con el palacio, los jardines y el recuerdo de los príncipes y nobles que lo habitaron o visitaron.