Patones, un escondido pueblo de pastores con su propio rey, al margen del "rey de las Españas"
Publicado el
3 min lectura
“Del Rey de Patones al Rey de las Españas…”, así cuenta la leyenda que comenzaba la carta que Carlos III recibió un día del rey de Patones y parece que el “Rey de las Españas”, asombrado por la osadía de quién se dirigía a él de igual a igual, decidió enviar emisarios que comprobaran la existencia de aquel reino paralelo. Así descubrió que Patones (hoy Patones de Arriba), un pueblecito perdido de la montaña madrileña oculto entre los riscos de un barranco y en el que habitaban un puñado de pastores, tiempo atrás habían decidido que, para su mejor gobierno, necesitaban otro rey además del de España y que habían elegido a uno de ellos para que los dirigiese y administrase. Los portadores de aquel título hereditario, eran pastores que cuidaban de su ganado ataviados con las pellizas de la época pero que mediaban en los conflictos vecinales y cuya palabra era ley.
Sobre ese singular reino, Carlos III llegó a escribir que “con suma simplicidad, dieron título de rey a uno de ellos que sin duda sería el más rico, sabio o más antiguo y principal de todo, para que con autoridad gobernara y vigilase aquella rústica cuadrilla”.
Todavía hoy, en ese pueblo hay quienes se dicen herederos lejanos de aquellos reyes sin corona, cuyo título pasaba de padres a hijos generación tras generación.
Lo que también hoy se siente a flor de piel, es la dura y solitaria vida de quienes, de apellido Patón, fundaron este lugar y de quienes lo habitaron antes que ellos, desde la Edad del Bronce.
Paseando por sus calles empinadas, empedradas y rodeadas de casas de piedra y pizarra, parece que el tiempo se haya detenido y que, doblando cualquier esquina, vamos a encontrarnos con su rey, vestido con sayón y bastón, tal como lo describen algunos escritos.
Esas casas mantienen vivo el espíritu de un pueblo que decidió que en lugar de un juez de paz o un alcalde quería tener un rey.
A pesar de que ahora, ya no huele a pan recién salido de los hornos que aún conservan algunas casas y que solo encienden sus fuegos para recibir a los visitantes en sus restaurantes y bares, es fácil imaginar a los lugareños de otros tiempos, capeando los duros inviernos al calor de la lumbre.
Es este un pueblo tan extraordinariamente protegido por la naturaleza que lo rodea, que cuenta la leyenda que el de Patones fue el único rey español que mantuvo su “corona” durante la ocupación napoleónica porque ese “reino” oculto por la propia montaña y al abrigo de las miradas, nunca habría sido localizado ni invadido por las tropas de Napoleón ni por ninguna otra de épocas anteriores.
Eso dice la leyenda, porque la verdad de la historia parece escrita en viejos documentos de la cercana localidad de Torrelaguna, donde estuvieron asentadas las tropas francesas y que recogen el pago de tributos por parte de los patoneros.
Así, a caballo entre la historia y la leyenda, todavía ahora, Patones de Arriba, se mantiene fuera de la vista hasta que, después de algunos kilómetros de estrecha y sinuosa carretera, al doblar una curva nos permite ver los primeros rasgos de su cara, de su paisaje colgado en el Cerro de la Oliva.
Para descubrirlo por completo y disfrutar del viaje hacia atrás en el tiempo recorriendo sus calles, tendremos que dejar el coche y disponernos a acometer a pie los últimos centenares de metros, en una empinada subida hacia su corazón.
Allí nos recibe la antigua Iglesia de San José, hoy convertida en centro de atención a los turistas y sus calles con casas rehabilitadas la mayoría y muchas otras en ruinas, pero todas ellas, evocadoras de épocas pasadas en las que unos pastores decidieron crear su propio reino.