Robledillo de Gata, entre historias de bandoleros, tesoros escondidos y legendarias rosas de Alejandría
Los romanos extraían grandes cantidades de oro y que, para trasladarlo y trasladar otras mercancías, construyeron miles de kilómetros de calzadas que todavía hoy podemos recorrer
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Cuenta la historia que de las minas que hoy permanecen extintas y abandonadas en el corazón de las montañas de la Sierra de Gata en Cáceres, los romanos extraían grandes cantidades de oro y que, para trasladarlo y trasladar otras mercancías, construyeron miles de kilómetros de calzadas que todavía hoy podemos recorrer.
La leyenda, por su parte, habla de que cuando los musulmanes fueron expulsados de la zona tras la Reconquista, al abandonar sus hogares, volvían los ojos a la Sierra Jálama murmurando “Jálama, Jalamita, no lloro por ti sino por la plata y el oro que te di”, porque según cuentan los viejos de la zona, ante la imposibilidad de cargar con sus riquezas o de que les fueran incautadas, habrían dejado múltiples tesoros escondidos en algún lugar de esa montaña, tesoros que nunca han sido encontrados.
En ese marco de historia y de leyendas, emergen pequeños pueblos cargados de encanto. Es el caso de Robledillo de Gata, entre Trujillo y Plasencia, casi oculto en la montaña, catalogado como Conjunto Histórico Cultural y que, según los expertos, ese lugar considerado como uno de los pueblos más bonitos de España, tiene su origen en una antiquísima aldea de pastores lusitanos.
El agua del río Árrago, que forma pequeñas y cantarinas cascadas a su alrededor, las callejuelas angostas y estrechas para paliar el frío de la montaña en invierno y aliviar el calor sofocante del verano, sus casas de adobe, madera y pizarra unidas entre sí por pasadizos, corredores y túneles, crean un ambiente singular en el que adentrarse es como sumergirse de vuelta en la época medieval o, más cerca en el tiempo, en la época dorada de los muchos bandoleros de sobrenombres tan inquietantes como “El Lobo”, “El Semental” o “El Manso”, que pululaban por los pueblos de esa sierra, dedicándose a aterrorizar a los vecinos secuestrando a los más pudientes y saqueando las propiedades de los demás. Dicen que muchas de las riquezas que lograron atesorar permanecen ocultas todavía en escondites secretos que habrían construido bajo las edificaciones.
Tal vez por la leyenda que los precede, recorriendo esos pasadizos centenarios, se tiene la sensación de que, al abrigo de cualquier sombra, nos espera alguno de aquellos bandoleros que, trabuco en mano, nos asaltará a la voz de “la bolsa o la vida”, aunque lo que realmente nos encontramos a la vuelta de cada esquina, son rincones cargados de embrujo, desde un Museo del Aceite, a la Ermita del Manso Cordero… y, destacando sobre los tejados, la torre de la Iglesia de la Asunción construida sobre lo que fue un palacete que perteneció a los Duque de Alba y en cuyo interior, nos sorprende la figura de un bellísimo Cristo yacente.
Durante la primavera, el colorido de esta sierra, lo ponen las rosas de Alejandría, destacando con su rojo fucsia entre los viñedos que empiezan a brotar y a los pies de centenarias encinas y longevos olivos. Esas rosas, son conocidas desde hace muchos siglos también con el nombre de Peonías en honor a Peón, al que Homero llamó “médico de los dioses” y al que le atribuye haber descubierto algunas de sus propiedades medicinales y mágicas, tal como describe en “La Odisea”: “Entonces Helena, hija de Zeus, echó en el vino del que bebían una droga para disipar el dolor y la cólera y que hacía olvidar todos los males”. Esa droga, sigue contando Homero, la conocía la hija de Zeus porque la había recibido de los descendientes de Peón.
Hoy, la leyenda de esas rosas mágicas, comparte protagonismo con las historias de bandoleros y de tesoros ocultos que estimulan nuestra imaginación y llenan nuestros sentidos de la singular belleza de este rincón de la Sierra de Gata.