San Pedro de Cardeña, la milagrosa sangre de sus mártires y el adiós más triste del Cid Campeador
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El 6 de agosto del año 953, los musulmanes que ocupaban la Península Ibérica llegaron al Monasterio de San Pedro de Cardeña, en Burgos, exigiendo que les fueran entregados todos los tesoros. El abad respondió que el mayor tesoro que tenían eran los corazones de los 200 monjes y estudiantes que se encontraban allí. Enfurecidas las huestes musulmanas porque, además, no conseguían hacerlos renunciar a su fe, los asesinaron a todos, saquearon el monasterio y lo arrasaron hasta los cimientos.
El monasterio fue reconstruido y los mártires, que serían canonizados en 1603, enterrados bajo su claustro. Al año siguiente, el mismo día del aniversario de su muerte, el suelo de aquel claustro se llenó milagrosamente de sangre, una sangre que como cuenta Alfonso X el Sabio, curaba gravísimas enfermedades. Aquel milagro se repitió cada 6 de agosto durante más de 500 años, hasta que, en 1492, culminada ya la reconquista y expulsados los musulmanes bajo el reinado de los Reyes Católicos, dejó de producirse.
Hoy, ese monasterio levantado sobre la sangre de los mártires, a poco más de 15 minutos de Burgos, sigue siendo un lugar mágico, cargado de belleza, de historia y con el Cid Campeador como su leyenda más popular, ya que fue aquí donde Rodrigo Díaz de Vivar, dejó a su mujer y a sus hijas a cargo del abad, mientras él iba camino del destierro.
“…Las campanas de San Pedro tañían a gran clamor.
Por las tierras de Castilla iba corriendo el pregón
de que se va de la tierra Mío Cid Campeador…”.
“… Tenemos que separarnos, ya los veis, los dos en vida;
a vos os toca quedaros, a mí me toca la ida…”.
Estos son algunos de los versos del Cantar del Mio Cid, en los que se recoge su triste despedida y su marcha desde este monasterio hacia el destierro.
Todo en San Pedro de Cardeña nos habla del Campeador. Ya en la fachada, encontramos una imagen suya, montando su caballo Babieca y en una posición muy parecida a las del Apóstol Santiago en la batalla de Clavijo. Aunque está alta y es difícil verlo con claridad, esa imagen está muy dañada porque, durante la Guerra de la Independencia, los soldados franceses se dedicaron a disparar contra ella e incluso desenterraron los restos del Cid para, en un acto de vandalismo incalificable, esparcirlos por los alrededores y, los más irrespetuosos, llevarse parte de esos restos como recuerdo.
Ya dentro, es fácil imaginar al Campeador despidiéndose de su mujer y sus hijas bajo los arcos del claustro, mientras se nos viene a la cabeza la imagen de Charlton Heston y Sofía Loren representando la escena en el cine.
El sepulcro donde reposaron inicialmente los restos de don Rodrigo Díaz de Vivar y doña Jimena y que mandó construir Alfonso X el Sabio, es otro hermoso lugar de culto.
Cuenta la historia que El Cid, que fue inicialmente enterrado en Valencia donde había resultado herido de muerte, fue exhumado por orden de doña Jimena, embalsamado y trasladado a este monasterio donde, al parecer, lo mantuvieron sentado en un trono durante algunos años hasta que el embalsamamiento dejó de surtir efecto y tuvieron que enterrarlo. Finalmente, tras diferentes avatares sufridos, lo que queda de sus restos y los de su esposa, reposan ahora bajo el crucero de la Catedral de Burgos.
En el exterior, compartiendo la grandeza épica y legendaria del Campeador, muy cerca de la entrada al monasterio, un monolito nos cuenta que allí fue enterrado Babieca, el caballo fiel compañero de aventuras del Cid.