Santo Toribio de Liébana, custodio del Lignum Crucis más grande conocido y de una misteriosa Arca
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En Cantabria, inmerso en un paisaje de altísimas montañas y desfiladeros tan profundos que Pérez Galdós dijo de ellos que al pasarlos “se siente uno tragado por la tierra”, se encuentra Santo Toribio de Liébana uno de los cinco lugares santos de la cristiandad, junto con Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz.
Como viene ocurriendo desde que en 1512 el Papa Julio II le otorgara una bula que le concede el privilegio de celebrar años santos, el 16 de abril se cerró la Puerta del Perdón en Santo Toribio de Liébana, poniendo fin así al año jubilar lebaniego. Habrá que esperar hasta 2028, año en el que la festividad de Santo Toribio vuelve a caer en domingo, para que esa puerta se abra de nuevo.
Aunque este año jubilar haya concluido, ese monasterio sigue siendo centro de peregrinación porque en él permanece una reliquia única en el mundo, el Lignum Crucis más grande que se conserva y que, atendiendo a lo escrito por Fray Prudencio de Sandoval, Obispo de Tuy e historiador, en su “Tratado sobre el Monasterio de Santo Toribio de Liébana”, corresponde al “brazo izquierdo de la Santa Cruz, que la Reyna Elena (madre del emperador Constantino) dejó en Jerusalén cuando descubrió las cruces de Cristo y los ladrones. Está aserrado y puesto en modo de Cruz, quedando entero el agujero sagrado donde clavaron la mano de Cristo”.
Cuenta la tradición que, hasta este lugar, perdido entre montañas, llegó Santo Toribio y que diciendo “donde caiga mi cayada construiré mi morada”, lanzó su bastón al vacío con el ánimo de construir un templo donde la cayada le indicara. Elegido el lugar designado por la cayada, como él sólo no podía hacer el trabajo, pidió la ayuda de los vecinos que, ocupados en otras cosas, se negaron. Cuando el santo se retiró al bosque para rezar, vio como un buey y un oso se estaban peleando. Él les habló y, finalmente, apaciguados, consiguió uncir juntas a dos bestias tan desiguales y que le ayudaron a trasladar las piedras con las que construyó su templo. Los vecinos, al ver aquella yunta imposible, lo consideraron un milagro y el templo se convirtió en lugar de devoción y peregrinaje que reyes y nobles contribuyeron a proteger.
En su Tratado, Fray Prudencio dejó escrito que, en ese monasterio además de los restos de varios santos, “… Hay un pedazo del pesebre en que Cristo nació, que es una gran tabla del pesebre que la Reina Elena guardó. Hay una cadena con que dicen que llevaron atado a Cristo, cuando lo llevaron a crucificar. Si la echan sobre los endemoniados, hacen extremos y visages espantosos. Hélo visto. Hay del oro, mirra e incienso que los Magos ofrecieron a Cristo. Hay del pan que comió Cristo con sus discípulos el Jueves Santo…”.
Entre todas las reliquias enumeradas por Fray Prudencio, destaca una misteriosa arca capaz de hacer milagros por sí misma: “está un arca que ha quinientos años que el conde de Loveña y cincuenta hombres con él quisieron ver, y conforme a lo que el Conde dice en la donación que hizo de un lugar a este monasterio, cegaron todos, por su ciega curiosidad; y así nadie se ha atrevido después acá a tocar en ella, y es esta Santa Arca, según tradición, una de las que Santo Toribio trajo de Jerusalén”.
Más allá de su importancia religiosa, en este mismo lugar, que inicialmente se llamó San Martín de Turieno, nació el primer bestseller de la Edad Media, “Comentario del Apocalipsis de San Juan” de Fray Beato de Liébana, gran impulsor de la Reconquista y del culto al Apóstol Santiago, un códice extraordinario en el que comentarios e ilustraciones, inéditas hasta entonces, tratan de disipar dudas sobre el fin del mundo en medio de la incertidumbre de una España invadida por los árabes y del que se hicieron múltiples copias que reciben el nombre genérico de “Beatos”, en honor a su autor.
Aunque los historiadores no acaban de ponerse de acuerdo, la tradición popular asegura que en Cosgaya, no lejos del monasterio milagroso y mágico, nació Don Pelayo y que algunas enormes rocas que hay en la entrada de uno de los desfiladeros, son lágrimas suyas petrificadas. La leyenda cuenta que, el héroe de la Reconquista, tras derrotar a los musulmanes en Covadonga, los hostigó y los persiguió hasta cerca del lugar que él conocía bien por ser su lugar de nacimiento, obligándolos a aventurarse en los desfiladeros de los Picos de Europa donde terminaron sepultados por un milagroso alud.
Ese entorno, habitado desde tiempos inmemoriales, con imponentes montañas como guardianas de sus secretos, consigue aunar toda la magia de los lugares santos, del Camino de Santiago y de la supervivencia ante devastadoras invasiones, romanas primero, musulmanas después e incluso napoleónicas.