Ignacio, a la búsqueda de una mascarilla por Madrid con 86 años
El Gobierno ha comenzado a repartir mascarillas en el trasporte público de Madrid
Publicado el - Actualizado
4 min lectura
No es un respirador. Es una mascarilla. Ignacio, 86 años, ha ido esta mañana a la entrada del metro de Cuatro Caminos embozado a modo de pasamontañas con un trapo con todo el colorido que estos días falta en las calles de Madrid. Dice que con el pañuelo se siente más seguro, pero busca una mascarilla para él. Su mujer ya tiene. Sabe que en esa estación esta la Policía repartiéndolas. Lo malo es que, a esas horas, las 9h de la mañana, los dos agentes han entregado ya las 700 de las que disponían.
“Vuelva usted a las dos de la tarde”, le dice la supervisora de la estación mientras, como un gota a gota, van entrando viajeros. Uno con protección (se la dio ayer un policía y “está muy buena” comenta con clara expresión latinoamericana), otro sin nada (”no es obligatorio; con mantener la distancia de seguridad creo que es suficiente”), un tercero sin mascarillas y sin guantes porque, como me dice, “no tengo miedo a nada”. Y como reafirmando su libertad salta con los brazos en alto al cruzar el torno que da paso a los trenes.
Ignacio titubea, nervioso vuelve a preguntar y confirma que hoy, como ayer, habrá turno de reparto a las dos y también por la tarde a las seis. Le atiende la supervisora de la estación, quien comenta luego que estos días “la gente es más amable”. A su lado, el vigilante de seguridad lo confirma y sonríe. En la máquina expendedora una joven saca un billete sin ningún tipo de protección. “La gente está cada vez más concienciada -comenta el vigilante- pero mira: aquella chica de allí sin mascarilla ni guantes. A mí no me pagan por enseñar. Ella sabrá”. Los dos coinciden que a ellos no les corresponde recomendar nada. “Eso que lo haga quien sea o la policía”, concluye la supervisora.
Algunos agentes se quejan de que los hayan puesto a repartir mascarillas. En Galicia, los sindicatos del Cuerpo Nacional de Policía se lo han dicho hoy al jefe superior. Jupol y Jucil acusan al ministro del Interior, Grande Marlaska, de haberles puesto a repartir “mascarillas propagandísticas”. En Cataluña, los mossos d’esquadra no han repartido el material, han dado cobertura de seguridad a los voluntarios de Cruz Roja y protección civil. Ante la escasa afluencia de pasajeros este martes en el transporte publico catalán, el consejero de Interior, Miquel Buch, anuncia que se replanteará cómo continuar mañana el reparto. La gente recurre al coche particular para trasladarse al trabajo. Hoy solo han entregado 100.000 mascarillas del 1.714.000 que les entregó el Gobierno central.
En Madrid, sin embargo, los municipales de la capital volverán a los puntos de reparto este miércoles, cosa que no estaba prevista. Tampoco estaba previsto que la entrega fuera tan lenta. Han repartido más de 100.000, pero disponen de 1.400.000 para toda la Comunidad. Ocurre lo mismo: los ciudadanos, siguiendo las recomendaciones de las autoridades, están utilizando su vehículo. Hay menos tránsito del esperado en autobuses y metro.
En la estación de Cuatro caminos, donde confluyen cuatro de las grandes líneas de la capital, habían pasado por sus andenes entre las 6h y las 9h unos 1000 pasajeros. El cálculo lo hacen a ojo la supervisora y el vigilante mientras suena por la megafonía la recomendación: “Metro de Madrid solicita a sus usuarios que limiten su utilización al mínimo imprescindible. Rogamos que se distribuyan a lo largo de todo el andén y en el interior del tren durante el trayecto”.
Mari Carmen, la señora de la limpieza, está hoy un poco más animada porque mañana es su día libre: “Esta mascarilla que tengo me la dio la empresa, no me han dado más. La policía vino ayer y me dio otras dos. Hay momentos que tengo bajones y momentos que estoy bien. Anoche estaba en casa -continua su relato mientras sostiene abierta con la mano izquierda una bolsa repleta de basura-, me dolía todo el cuerpo y me dije: ay, ¿no habré cogido el bicho éste?!”. Trabajar con la mascarilla es más complicado. “Te dicen que no hay que tocarse los ojos y es cuando más ganas te entran de arrascártelos”.
A Ignacio se le abren los ojos como platos por encima del pañuelo ceñido cuando ve llegar al hall del metro a los dos policías con un puñado de mascarillas. No va a ser necesario que vuelva a las dos. Regresará a casa con la misión cumplida. “Deme tres por favor, si no es mucho pedir.”
El agente se las entrega y, ya con ellas en la mano, saca del bolsillo de la chaqueta una bolsa de plástico arrugada. Ignacio, o quizás su mujer, lo tenían todo pensado. “Mejor aquí, que no se ensucie”. Y como quien lleva un tesoro, el anciano, apoyado en su bastón, toma camino a casa. “¡Hasta ahora tenemos suerte, vamos a ver!” exclama mientras sonríe tan ufano, o más, que el joven que saltó el torno a pecho descubierto. Un objetivo conseguido más en su larga vida. Como quien, llegado al límite, consigue el respirador que le niegan algunos. Y solo era una mascarilla.