¿Cómo encogían los jíbaros las cabezas de sus víctimas?

La tribu de los Shuar es un pueblo temido no por su agresividad, sino por esta tradición macabra: encoger las cabezas de sus enemigos hasta que ocupan el tamaño de un puño

¿Cómo encogían los jíbaros las cabezas de sus víctimas?

Patricia Blázquez Serna

Publicado el - Actualizado

4 min lectura

Seguramente alguna vez hayas visto una cabeza cuyo tamaño es significativamente menor a las cabezas normales. Puede que no lo hayas hecho de forma personal, pero en los documentales y en las revistas científicas es un asunto muy recurrente por la complejidad y el significado del proceso: el encogimiento deliberado de las cabezas humanas.

Como lo estás oyendo. Una práctica -para muchos muy macabra -llamada Tzantza- ese es el término con el que se refieren a la cabeza reducida-, realizada por la comunidad indígena Shuar.

Popularmente se los conoce como los jíbaros, ya que así fueron denominados por los conquistadores españoles. Son una tribu que se ubica principalmente en la cuenca del Amazonas, más concretamente en la ladera de los Andes, que ocupa parte de Ecuador y Perú, es una de las pocas tribus que los españoles nunca pudieron doblegar a su llegada a América.

Cabezas

Imagen de la cuenca del Amazonas

En un mundo civilizado y tecnológicamente avanzado, la tribu de los Shuar es un pueblo que aún a día de hoy es temido por muchos. No solo por su agresividad, su fortaleza o su espíritu guerrero, sino precisamente por esta tradición macabra y truculenta: encoger las cabezas de sus enemigos hasta que alcanzan el tamaño de una naranja o de un puño, para a continuación guardarlas y conservarlas como un trofeo de guerra.

La clave de esta tradición: vida detrás de la muerte

Son muchas tribus las que aún confían en esa premisa. El mundo espiritual es, para ellos, un factor importantísimo. Por ello la tribu Shuar confía en que después de la muerte aún sigue existiendo vida. Es decir, aún después de la muerte existe la esencia de la vida y de que el alma, el espíritu o la consciencia de una persona puede aún así, seguir viva.

Los jíbaros tienen la creencia de que cada vez que matan a alguno de sus enemigos, su espíritu aún sigue vivo dentro de su cabeza. En el caso de no retener ese espíritu o de no destruirlo, creen firmemente que este podría volver para atormentarlos, tanto a su tribu como a sus familias.

Por ese motivo optan por cortar la cabeza a sus enemigos y encogerla después para exponerla como un trofeo que significa libertad, seguridad pero ante todo, victoria. Después la tradición dice que han de momificar la cabeza y conservarla. Sin embargo nunca la mantenían en su poder durante más de un año y medio -dos años como máximo-, período en el que consideraban que las cabezas o las ‘tzantzas’ habían perdido todo su efecto, por lo que comienzan a perder interés y las intercambian por otros objetos con mayor valor espiritual.

Cabeza reducida

Cabeza reducida del pueblo shuar

Para esta tribu se trata de un proceso imprescindible y fundamental, ya que el vencedor, quien corta la cabeza, podrá disfrutar de la posibilidad de apoderarse del espíritu de su víctima. Sin embargo no se trata solo de una tradición que hayan realizado solo con sus enemigos, sino también con los miembros de su propia tribu con fines religiosos. Los jíbaros confiaban en que de esta forma se podían preservar los conocimientos de los miembros de su tribu que habían fallecido.

¿Cómo encogen las cabezas?

Una vez que los jíbaros habían cortado la cabeza de sus víctimas, el proceso comenzaba con un pequeño corte en la parte posterior de la cabeza. Gracias a esta incisión eran capaces de arrancar la piel del cráneo. A continuación extraían los ojos, los músculos faciales y toda la grasa que pudiera haber acumulada entorno al hueso craneal.

Seguidamente se llevaba a cabo uno de los pasos fundamentales para ellos: cerrar todos los orificios del rostro con espinas. De esta forma se aseguraban de que el espíritu de su víctima no podía escaparse. De no hacerlo correctamente, el alma podía vengar su muerte atacando al ganador, a su familia o a su tribu. Es decir, tapan los orificios con el fin de protegerse.

Cabeza reducida

Cabeza reducida

Finalmente cocían lo que quedaba de cabeza en agua sobre una fogata alrededor de media hora pero nunca la dejaban hervir. De esta forma, los jíbaros eran capaces de reducir el tamaño de la cabeza de su víctima a un tercio de lo que era su tamaño original.

Una vez que estaba hervida y reducida, simplemente cambiaban las espinas que mantenían cerradas los orificios por otros materiales. Generalmente lo hacían con cuerdas o lianas que habían fabricado ellos mismos.

Actualmente hay coleccionistas que, por raro que pueda parecer, pagan miles de euros por tener en su poder una de estas cabezas reducidas. Una tradición que se desconoce si se sigue practicando por la comunidad Shuar, ya que, a día de hoy, siguen siendo una de las tribus indígenas más peligrosas del planeta.

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