Emanuele Di Porto, el niño de 12 años que se salvó de los nazis tras esconderse en un tranvía

En el 80 aniversario de la redada en el gueto de Roma, el hoy nonagenario recuerda que se salvó gracias a que su madre consiguió bajarlo de un camión nazi

Hoy nonagenario, Emanuele Di Porto se salvó gracias a su madre

Eva Fernández Huéscar

Roma - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

En octubre de 1943 las tropas alemanas se habían apoderado de Roma y en la madrugada del 16 de octubre, hay hoy 80 años, las SS detuvieron a 1024 judíos –familias enteras, ancianos, mujeres, niños- en el gueto de Roma. La orden era clara: entrar casa por casa evitando detener a quienes circulaban por la calle puesto que, en esos momentos, Italia era “aliada” del nazismo. Dos días después de la redada se les metió a la fuerza en trenes camino de los campos de exterminio de Auswitz-Birkenau. De todos ellos sólo consiguieron regresar a Roma dieciséis, ningún niño sobrevivió.

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La redada del gueto

Aquel día era sábado, el día de descanso para los judíos y Emanuele se despertó sobresaltado al escuchar los gritos de su madre tras descubrir que los nazis se encontraban ya en el gueto. En su casa vivían por aquel entonces 15 personas, su familia y 3 hermanas de su madre. El padre de Emanuele, Settimio Di Porto no estaba en casa cuando llegaron las SS, porque madrugaba mucho para vender pequeños objetos a los soldados que regresan del frente en la estación de Termini . La madre de Emanuele estaba convencida de que sólo se llevarían a los hombres, por lo que salió corriendo de casa para advertir a su marido que no regresara.

Precisamente cuando se encontraba a pocos metros de su portal, los soldados la detuvieron y la obligaron a subirse a un camión mientras Emanuele vio todo desde una ventana. Eran las 05:15 de la mañana y aunque su madre le había prohibido salir de casa decidió bajar para intentar rescatarla. Ella le gritaba que se fuera inmediatamente de allí, pero un soldado lo descubrió y le subió al mismo camión. En ese mismo instante, en medio del caos que había en las calles su madre consiguió empujarlo fuera del camión sin saber que ese gesto le salvó la vida. Nunca más volvió a ver a su madre. Ella murió en el campo de concentración de Auschwitz.

El niño del tranvía

Emanuele se dio cuenta de que tenía que escapar a toda costa y comenzó a caminar, sin correr para no llamar la atención y alejarse del gueto. Por el camino se encontró con mucha gente a la que conocía, cargada ya en camiones. Comenzó a llover y completamente empapado llegó hasta Piazza Monte Savello, donde en aquella época terminaba el tranvía circular y se subió al primero que encontró. Cuando se acercó el revisor le confesó que era judío y que le estaban persiguiendo. El revisor le dijo que se pusiera a su lado y le dio el bocadillo que tenía para el almuerzo. En ese momento Emanuele no sabía que iba a pasar dos días escondido en ese tranvía. Al final del turno el revisor pidió a sus compañeros que cuidaran del pequeño. El tranvía se convirtió en su refugio.

Al tercer día subió al tranvía un amigo de la familia, que le reconoció y le confirmó que su padre le estaba buscando, pensando que habría sido capturado en la redada. En el momento del reencuentro su padre estalló a llorar sin descanso y desde entonces cayó en una profunda depresión, angustiado por no haber podido salvar a su mujer, convencido de que no volvería a verla. Emanuele tuvo que hacerse cargo de él y de la familia tomando el relevo del “negocio” de su padre: vendía todo lo que compraba al por mayor en una mercería cercana a casa: peines, monederos, cualquier cosa pequeña. Y eran los propios soldados alemanes quienes le compraban tanto con dinero como con barras de pan.

Emanuele Di Porto en estos momentos tiene 91 años y guarda todos estos recuerdos en su memoria. Vive en la misma casa desde la que vio como los nazis se llevaban a su madre. Su fotografía se encuentra estos días en la línea de autobús 23 de Roma, similar a la que recorrió en el tranvía donde encontró refugio el día de la redada de los judíos en Roma.

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80 años de una redada que Roma nunca olvida, en la que la Iglesia salvó muchas vidas

En los días previos a esta redada, el jefe de la policía alemana responsable de Roma, Herbert Kappler había recibido un contundente telegrama del propio Heinrich Himmler, el todopoderoso jefe de las tropas SS: “Los judíos del país deben ser inmediatamente eliminados. Posponer la operación supondría permitir a los judíos, que están al corriente de nuestras operaciones, esconderse en la casa de los italianos”. Las órdenes de Berlín estipulaban que de los 14.000 judíos que vivían por entonces en la ciudad -no solo en el gueto-, unos 8.000 debían ser deportados a los campos de concentración, una cifra muy alejada de los 1024 que consiguieron apresar.

En septiembre de 1943, los nazis prometieron a la comunidad judía de la ciudad su seguridad a cambio de 50 kilos de oro. Con infinita dificultad y con la colaboración de cientos de romanos y de parroquias, incluso del propio Papa Pio XII, que entregó 15 kilos de oro consiguieron reunir la cifra, que no sirvió de nada, porque semanas después el gueto fue asaltado por los nazis, ante el horror de la mayor parte de la población de Roma.

De forma inmediata se puso en conocimiento de la Santa Sede y del Papa Pio XII lo que estaba ocurriendo y el Papa ordenó que se les acogiera en iglesias y conventos y consiguió que las detenciones se interrumpieran antes de lo previsto, lo que evitó que fueran deportados muchos más judíos.

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Las últimas investigaciones, cotejando distintos archivos, tanto los del Vaticano como los de la Comunidad Hebraica de Roma, confirman que la mayoría de los judíos de Roma fueron salvados por la Iglesia Católica: 4.205 encontraron refugio en 235 monasterios romanos, y 160 lo hicieron en el Vaticano. También hay constatación documental de que Pio XII consiguió la liberación de 249 judíos detenidos entre el 16 y 18 de octubre de 1943 y que 30 eruditos judíos continuaron investigando en la Biblioteca Vaticana tras ser despojados de sus cargos. Existen numerosas cartas que demuestran hasta que punto la diplomacia vaticana trabajó para facilitar documentos, ocultar, alimentar y rescatar a numerosos judíos.