Tristán de Acuña, la isla más remota del mundo a la que no ha llegado el covid

Situado en mitad del Océano Atlántico, se trata del territorio habitado más aislado del planeta, al encontrarse a más de 2.000 kilómetros de la población más cercana

Tristán de Acuña desde el mar

David Ferreiro

Publicado el - Actualizado

6 min lectura

Más de un año después del inicio de la pandemia mundial del coronavirus, sigue habiendo territorios que, por sus extremas condiciones, continúan en cierto sentido aisladas de la realidad.

Al menos en cuanto a lo sanitario, ya que en un mundo cada vez más interconectado entre sí, resulta muy complicado que la situación global no afecte de una o de otra manera.

Este es el curioso caso de la isla más remota del planeta, Tristán de Acuña, un lugar fascinante perdido en medio de la nada.

Situado en pleno Oceano Atlántico, Tristán de Acuña se encuentra a 2.200 kilómetros de la isla de Santa Elena, el lugar habitado más cercano, a unos 2.300 kilómetros de Sudáfrica y a 3.300 de las costas de Argentina, lo que lo convierten en el lugar habitado más aislado e innacesible del mundo.

Es uno de los territorios de ultramar del Reino Unido, aunque administrativamente depende de Santa Elena y allí residen casi 300 personas, todos ellos en el pueblo de Edimburgo de los Siete Mares, el único gran asentamiento de la isla.

Ubicación de Tristán de Acuña

Por otro lado, si su mera ubicación ya hace complicado el viaje hasta este lugar, las cosas se complican aún más si se tiene en cuenta que este territorio no cuenta con aeropuerto, pudiéndose llegar solo en barco, en un viaje que además tiene una duración de una semana partiendo desde las costas de Sudáfrica.

Por si esto fuera poco, el barco no parte hacia la isla más que un puñado de veces en un año en condiciones normales y siempre que la climatología lo permita, por lo que la cosa se complica, si cabe, un poquito más.

Por todo esto, no resulta complicado de entender el motivo por el cuál el coronavirus no ha llegado a este territorio, puesto que desde que ha comenzado la pandemia, han reducido -aún más- su conexión con el resto del mundo, convirtiéndose en uno de los pocos lugares del planeta ajenos a la crisis sanitaria.

Así, el día 16 de marzo del año pasado, desde la isla se tomó la decisión de prohibir la entrada a los pocos visitantes que pudieran llegar hasta tan remoto territorio.

Sin embargo, la complicada situación del resto del mundo le terminó pasando factura a los isleños, que dependen en gran medida de las importaciones que llegan desde otros lugares.

A pesar de esto, la vida ha continuado siendo más o menos igual en Edimburgo de los Siete Mares, con la diferencia de que hace algo más de un mes, han comenzado con la campaña de vacunación con AstraZeneca, como han notiifcado en su página web, recibiendo las dosis suficientes para vacunar a todo el territorio.

Los primeros pobladores de Tristán

La isla fue descubierta por el navegante portugués del mismo nombre a principios del silgo XVI, aunque no fue hasta el XIX cuando empezó a estar habitada con cierta regularidad, fecha en la que fue anexionada por el Reino Unido.

Su incorporación respondía, sobre todo, a una cuestión estratégica, dejando al resto de países sin un enclave importante e impidiendo, a su vez, que fuera tomada por los franceses, motivados por el exilio en la vecina Santa Elena del otrora emperador, Napoleón Bonaparte.

Hasta allí, y por diversos motivos, se fueron desplazando más personas, la mayoría empleados o personal dependiente de la Corona Británica, haciendo que la población de la isla se acercara al centenar a finales de siglo.

Pero todo cambió en 1961, cuando el pico más alto de la isla, el volcán Pico de la Reina María, entró en erupción, lo que obligó a evacuar a su población, que terminó emigrando al Reino Unido.

Allí la vida no se les hizo fácil a los isleños, adaptados a un clima diferente y con un sistema inmunológico más débil que el de los ciudadanos europeos, por lo que muchos terminaron falleciendo por enfermedades a las que no estaban acostumbrados.

No por nada, allí ni tan siquiera existen los resfriados, salvo claro, que lo traiga una persona ajena a la población, por lo que no es de extrañar que allí no haya conseguido adentrarse el coronavirus.

Pese a lo que muchos pudieran imaginar, los pobladores decidieron regresar a su remoto hogar en 1963, reconstruyendo todo lo destruído y volviendo a asentarse en su localidad natal.

¿Cómo es vivir allí?

Teniendo en cuenta la escasa población del lugar, no llama la atención el hecho de que todos los pobladores de la isla se reparten entre solo ocho apellidos diferentes, que se van repitiendo según las familias, que forman un total de unas 80.

Así, la isla está habitada en su totalidad por los Glass, Green, Hagan, Laverello, Repetto, Rogers, Swain y Patterson, una mezcla de apellidos principalmente británicos, pero en la que han ido ganando peso las voces italianas, herederas de dos marineros que sufrieron un accidente en su barco y decidieron quedarse a vivir allí.

Emigrar ahora es mucho más complicado, pues toda la isla debe autorizar la llegada de su nuevo vecino, algo en parte bastante normal si se tiene en cuenta la tranquilidad que reina en el ambiente.

Tal es la confianza que, como en los pueblos de antes y, en menor medida, también como en algunos de ahora, las puertas no se cierran con llave y todos conviven en paz y armonía.

El pingüino saltarrocas norteño es una de las especies de la zona

Buena prueba de ello es su cuerpo policial, que apenas cuenta con cuatro miembros y que vigila que los escasos visitantes, marineros en su mayor parte (el turismo, por su aislamiento, es muy residual), no alteren la paz del lugar.

Por otro lado, la economía de la isla gira en torno a la langosta, muy abundante en la zona, por lo que no resulta difícil de intuir que la pesca es una de las actividades comerciales más frecuentes.

Sin embargo, la agricultura y la ganadería es la ocupación priomordial de entre los pobladores del lugar, que cuentan todos ellos con las mismas tierras y las mismas cabezas de ganado para que no se genere disparidad de ningún tipo.

Otra fuente de ingresos importante para el lugar es la venta de sellos, creando piezas muy codiciadas para los amantes de la filatelia.

Paralelamente, en la isla siempre hay un médico y un profesor, que normalmente se desplazan durante un periodo de tiempo no muy prolongado, rotando de destino.

A pesar de todo, la región es bastante dependiente de las importaciones, que llegan sobre todo desde Sudáfrica, desde donde se envían ropas, algunos alimentos y medicinas.

Entretenerse en medio de la nada

Al estar localizada en medio del océano, muchos se preguntan cómo será el entretenimiento en la isla.

Pues bien, por ejemplo, allí llegó la televisión en 1984, pero hasta el año 2001 no disfrutaron de señal en directo, aunque sí cuentan con una pequeña estación de radio propia.

Los teléfonos apenas funcionan, siendo el walkie-talkie el medio de comunicación local, mientras que el internet es muy rudimentario, compartiendo toda la isla un puñado de ordenadores que se encuentran en el edificio central de la administración.

Cuentan con un pequeño supermercado, un hospital, un campo de golf, una piscina y una pista de tenis, además de la pequeña escuela en la que estudian los pocos jóvenes de la isla, que se entretienen mayoritariamente con la práctica de diversos deportes.

En contraposición con el poco ocio presente en la isla, nos podemos encontrar con una enorme reserva natural, caracterizada por la presencia de los pingüinos saltarrocas norteños, una especie que habita por esas latitudes pero que es especialmente común en dicha zona.

Por sus particularidades, hay un sinfín de curiosidades y anécdotas con las que se podría definir a Tristán de Acuña, un paraíso para aquellos que aman la naturaleza y la tranquilidad. Un lugar tan remoto como bello al que, por fortuna, no ha llegado el coronavirus.

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