Madrid - Publicado el - Actualizado
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El debate de ayer en el Congreso demuestra la debilidad de la concordia entre los partidos constitucionalistas, que hace difícil afrontar los proyectos que necesita España cara a un siempre incierto futuro. En la sesión de control al Gobierno, el PSOE de Pedro Sánchez parecía dar por finalizada la etapa de colaboración con el Gobierno y volvía a introducir la dinámica de una áspera confrontación, solo superada en el hemiciclo por los numeritos del portavoz de Esquerra Republicana, Gabriel Rufián, y el matonismo dialéctico de Pablo Iglesias.
La portavoz socialista, Margarita Robles, que no ha escondido en los últimos tiempos la incomodidad que le producía el apoyo a Rajoy ante el problema catalán, ha lanzado al gobierno la acusación improcedente de legitimar el fraude fiscal con la amnistía. Acusación a la que ha respondido Rajoy con datos sobre el incremento significativo de la recaudación de Hacienda. Pero lo más llamativo de la sesión del Congreso ha discurrido por los derroteros de la demagogia ramplona con la que Pablo Iglesias arroja el tema recurrente de la corrupción del PP y el lamentable espectáculo de Rufián mostrando unas esposas. Síntomas ambos de una forma de hacer política basada en la estrategia populista de sembrar el desconcierto y desestabilizar por sistema el hemiciclo.