Madrid - Publicado el - Actualizado
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De un tiempo a esta parte se habla con frecuencia de “nueva política” o de la “política del siglo XXI” como expresión de un pensamiento formulado por algunos sectores de la izquierda para amoldar la sociedad a sus intereses e ideologías. Se trata de una treta semántica destinada a desacreditar las políticas que están manteniendo el sistema de bienestar social, dentro de la austeridad obligada, aprovechando el desgaste que arrastran los grandes partidos clásicos del centro-izquierda y el centro-derecha.
Un ejemplo de esa “nueva política” es la propuesta de reforma de la Constitución sin plantear siquiera qué se pretende reformar y para qué. Sería un profundo error pretender adaptar la Constitución a las pretensiones nacionalistas en nombre de esa “nueva política” gaseosa.
Ante la tensión provocada por el secesionismo es importante que los grandes partidos constitucionalistas mantengan su unidad y ofrezcan un mensaje claro a la sociedad. Esto no significa inmovilismo. Tenemos la oportunidad de avanzar en un proyecto nacional compartido pensando en los próximos cincuenta años y eso puede requerir reformas, pero siempre sobre la base de un amplio consenso social y no para satisfacer a quienes juegan con la deslealtad, porque además, no se darán por satisfechos.