Morricone, salvados por la belleza

Morricone siempre reconoció su condición de creyente y la influencia que tenía la fe en sus piezas musicales.

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Decía Dostotoyevski, en su novela “El idiota”, que la belleza salvará al mundo. Que la belleza es imprescindible para una vida llena de sentido y significado profundos, se nos muestra con evidencia al repasar la vida de Ennio Morricone, fallecido ayer en Roma a los 91 años de edad.

Considerado con justicia uno de los mejores compositores de todos los tiempos, en lo que a música para el cine se refiere, deja un legado enorme en las melodías inolvidables de películas como “El bueno, el feo y el malo”, “Novecento”, “Cinema paradiso” o “La Misión”, la historia que cuenta la labor que llevaron a cabo los misioneros jesuitas en algunos lugares de Hispanoamérica, durante el siglo XVIII.

Morricone siempre reconoció su condición de creyente y la influencia que tenía la fe en sus piezas musicales. Llegó a componer incluso algunas misas y en abril de 2019, el Papa Francisco le otorgó la Medalla de Oro Pontificia por su extraordinario trabajo artístico en la esfera de la música, idioma universal de paz, solidaridad y espiritualidad. La obra de Morricone es un espléndido ejemplo del camino para acceder a lo sagrado a través de la belleza, que supone a menudo un punto de encuentro con personas que se declaran ateas o agnósticas y que saben reconocer cuanto de bueno hay en lo bello.

Descanse en paz, Ennio Morricone. Nos quedan para siempre en la memoria sus composiciones, como catas bellísimas y expresión del misterio insondable que atraviesa la vida humana.