Lecciones sobre cómo no combatir la caída de la natalidad

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Redacción digital

Madrid - Publicado el

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Se ha instalado en la agenda pública la advertencia de que España afronta un grave desafío de sostenibilidad por su baja natalidad y el envejecimiento de la población. No es un caso aislado. Lo que inicialmente se consideró como una epidemia de los países ricos se ha extendido al resto del planeta. En el foco están ahora China y Rusia. El caso chino resulta aleccionador sobre los límites de los incentivos materiales, cosa que, por otra parte, conocían bien ya los europeos. Ni las ayudas económicas, ni las ventajas fiscales o los permisos laborales contrarrestan los perniciosos efectos de la política de un solo hijo, grabada por el puño del estado en las conciencias de la población.

El caso ruso es aún más dramático: el desplome de la natalidad viene de lejos, pero se ha acelerado con el COVID y la guerra en Ucrania. El Kremlin ha intensificado su política de rearme ideológico y lucha contra la disidencia. Lo previsible es que las medidas resulten contraproducentes, al hacer más irrespirable el clima social y político. La estrategia no difiere mucho de la utilizada por uno de los principales aliados de Rusia, Irán, también atónito por su declive demográfico. La pregunta es: ¿qué tienen en común todas estas situaciones? La respuesta hay que buscarla entre los jóvenes. Y un problema básico que comparten los jóvenes de Rusia, China, Irán o Europa occidental es que les cuesta mirar hacia el futuro con esperanza. Por eso no traen más niños al mundo. Cierto que el problema es complejo y multicausal. Lo que es seguro es que insistir en el enfoque estrictamente económico o en el burdamente nacionalista no va a mejorar nada.