Madrid - Publicado el - Actualizado
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La situación generada por el traspaso de poder en los Estados Unidos saca a la luz algunos problemas de fondo de las democracias en este momento histórico. El uso sistemático de palabras que simplifican el mundo e instrumentalizan las heridas es una amenaza para la democracia. La democracia no depende solo de quién tiene el monopolio de la violencia, del juego de las mayorías o de la arquitectura institucional. Todo eso es decisivo. Pero la estabilidad de la democracia depende, al final, mucho más de lo que se suele pensar, de la conversación nacional que la sustenta. Una conversación que en Estados Unidos, y en buena parte de Occidente, ha desaparecido o se ha convertido en agresividad.
Lo sucedido en el Capitolio es la expresión de una sociedad muy violenta. Estados Unidos arrastra problemas de fondo sin resolver: el sistema social está marcado por la desigualdad y vive sometido a una descomposición identitaria. Lo que es común a todos los componentes de la sociedad resulta cada vez es más irrelevante, y este es el caldo de cultivo perfecto para el discurso del odio.
El asalto al Capitolio es un aviso de algo que está cambiando peligrosamente. Aquel mundo de la Declaración de la Independencia que sostenía como “evidentes” algunas verdades (la vida, la libertad, la igualdad y la búsqueda de la felicidad) se está debilitando progresivamente, y esas verdades ya no son claras para muchos.