El Oriente Próximo que viene

Europa empieza a mostrarles la puerta de salida a los refugiados sirios. El cambio de régimen en Siria ha sido, hasta ahora, aparentemente impecable, por lo que nada justifica retrasar su regreso. En términos de comunicación pública, los nuevos amos de Siria han pasado con nota la primera prueba. Los focos están puestos en la exhibición de violaciones de derechos humanos por parte de Al Assad, mientras el nuevo Gobierno promete respeto a las minorías, que lo van a tener difícil para encontrar países que les den asilo.

Quien no se fía es Israel. Netanyahu aprovecha la confusión para bombardear depósitos de armas químicas y mermar las capacidades ofensivas de su incómodo vecino del norte. Menos publicidad reciben los grupos aliados de Turquía que están expulsando a los kurdos de las zonas que controlaban. Estas guerrillas en desbandada es lo que queda de la oposición democrática a Al Assad, la que hasta ahora recibía apoyo de EE.UU. El régimen iraní, más solo que nunca, ve peligrar su supervivencia, que tal vez solo pueda garantizarle ya el desarrollo de armas nucleares, una perspectiva poco alentadora. El vacío que deja el repliegue de Irán tendrá otras consecuencias. En el Líbano penden de un hilo los equilibrios entre chiíes, cristianos y suníes. También es una incógnita lo que pueda pasar en Irak, con el fundamentalismo sunita envalentonado. Oriente Próximo se ha librado un tirano, alguien que se ganó a pulso el apodo del “carnicero de Damasco”. Esto es una buena noticia. Pero el resultado final, el nuevo equilibrio de fuerzas en la región, es probable que no nos guste tanto.