Madrid - Publicado el - Actualizado
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Cuando parecía que la guerra comercial entre Estados Unidos y China iba camino de resolverse, las dos potencias se han enzarzado en una nueva escalada. China ha elevado los aranceles de una serie de productos estadounidenses por valor de 60.000 millones de dólares. Es la represalia por el incremento de los aranceles estadounidenses por valor de 200.000 millones.
Es muy interesante subrayar por qué hemos llegado hasta aquí. Trump, fiel a su estilo, agitó el conflicto para provocar una negociación. Pero cuando estaba todo casi encarrilado, y China y Estados Unidos estaban a punto de firma la paz, Pekín rechazó el documento que le había llegado de Washington. Lo devolvió suprimiendo las clausulas con las que la administración Trump quería salvaguardar la propiedad intelectual y no ser víctima de una transferencia de conocimiento tecnológico.
A nadie le viene bien este enfrentamiento. China se ha preparado para el choque desde hace años extendiendo su presencia en el mundo, son ya 130 países los que están integrados en la Nueva Ruta de la Seda. Pero a largo plazo los efectos no serán buenos para una economía que en muchos aspectos ha tocado techo. Estados Unidos, aunque vive un momento económico dulce, también puede verse afectado. El proteccionismo nunca es positivo a largo plazo. Y en una economía globalizada, el enfrentamiento entre las dos principales potencias, supone menos crecimiento para todos. Sufren, sobre todo, los más pobres.