Juan Cadenas: cuando perder un ojo no es lo peor
Siendo policía local perdió un ojo después de que un delincuente le clavara un cristal. Ahí empieza un periplo cuya cara más amarga es la burocrática
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17 de enero de 2015 en Puerto Serrano, una población de algo más de 7.000 habitantes de la provincia de Cádiz. Juan Cadenas, un policía local, patrulla junto a un compañero cuando ve a un coche haciendo trompos por las calles. Empieza una persecución que acaba en un bar, donde sin ningún pudor los dos ocupantes del vehículo paran a echar una copa. Son Jorge Venegas y su sobrino, menor de edad. Son 'Los Cachimba', uno de los clanes de delincuentes del pueblo.
Al detener a Jorge, los policías son agredidos. Pero lo peor está por venir precisamente donde un agente se debería sentir más seguro: en la comisaría. Hechos unas fieras, en dependencias policiales irrumpen los dos hermanos del detenido, Pedro y José. El primero, con un cristal de 20 centímetros que acaba hincando en la cara de Juan. Como consecuencia, pierde el ojo izquierdo y casi la vida, porque en las repetidas acometidas le clava el vidrio en el paladar, a solo 1,2 centímetros de la yugular. Esta es su historia, y tiene cicatrices reales, de las que te das cuenta a simple vista. Pero esas no son las peores.
Esta fecha marca el inicio de la pesadilla, pero Juan tiene otro día grabado a fuego en su memoria. Es el 7 de marzo de 2016. Ese día, la Seguridad Social le notifica una pensión por incapacidad del 55% de su sueldo. Ese mismo día, a Pedro Venegas, su agresor, le reconocen una incapacidad absoluta para cualquier profesión por trastorno de personalidad, aparejada a una pensión del 100%.
Esta es la primera de varias 'puñaladas' que Juan siente que la Administración le ha dado. "Me ha hecho infinitamente más daño que Los Cachimba", dice a COPE. Y ya es decir. Después de esto, pide el alta en una segunda actividad profesional y se encuentra con que le expulsan del cuerpo de funcionarios. Se siente desprotegido incluso por el Ayuntamiento de Puerto Serrano. Su caso, en sus diferentes perspectivas, se pierde en un laberinto de pasillos burocráticos que alimentan su desánimo.
Y eso que, pasados casi cuatro años, Juan ha evolucionado. Una mejoría que debe al apoyo de su mujer, de policías de toda España, y también al tiempo que pasa con sus dos hijos pequeños (de 6 y 3 años). El haber estado a 1,2 centímetros de la muerte hace que valore cada minuto que pasa con ellos, aunque el mayor aún le pregunte: "Papá, ¿cuándo vas a trabajar?". "Es cuestión de tiempo que lo entienda", señala él.
La cuestión: disparar o no
“Hay días que das gracias por no haber muerto, y otros que te lamentas”, confiesa Juan. Su pasión era ser policía, era feliz. Y la decisión de no sacar su arma reglamentaria aquel día admite que le ha pesado durante mucho tiempo, aunque poco a poco va sacando conclusiones. Por ejemplo, la de que se confió por dos razones: "Siempre me echaba la culpa a mí, que tenía que haberle disparado... Pero tuve también mala suerte: si en vez de ir con un cristal hubiera esgrimido un cuchillo, hubiese cambiado la cosa. Al ver un cristal no le tienes tanto miedo. También al ser un delincuente conocido te relajas".
Ha pasado por terapia psicológica y psiquiátrica, aunque admite que "hay otros momentos en los que todavía me hundo". Algo que se exterioriza en su vida social: "Desconfío de cualquiera que pasa por al lado", dice, y explica que este pasado verano vio, por primera vez en más de tres años, un partido de fútbol en un bar. "No me gusta ir a sitios con mucha gente", indica.
La recuperación que sigue afrontando Juan es triple: primero, el trauma físico; después, el psicológico. A ambos hay que añadir las trabas administrativas. Y de postre, el no poder ejercer su vocación, de la que tiene "mono".
Pero este ex policía local que reside en Ubrique tiene una cosa clara: "Tengo la conciencia tranquila. El día de mañana a mis hijos no van a poder decirles nada sobre mi actitud". Juan sigue con una rutina entre el gimnasio, la natación y el cuidado de sus chicos. Mientras tanto, Los Cachimba cumplen condena en la cárcel.