“Después de sufrir un ictus a los 40 años, en la vida no hay límites”
Tenía cuarenta años, estaba recién casado y su currículum vinculado al mundo del calzado le había abierto un futuro prometedor
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Un 23 de diciembre Fernando preparaba sus navidades. Era 2012 y los planes como cualquier otro estaban a la vuelta de la esquina después de un ritmo frenético en plena campaña de ventas para sus zapatos. Al frente de sus propias empresas relacionadas con lo que siempre había trabajado por tradición familiar: el calzado. Pero cuando se despertó ese día en el que todo el mundo prepara las fiestas, en su casa de Barcelona no podía hablar ni moverse. Un ictus había decidido cambiarle la vida, en ese momento, solo se escuchaba un fuerte taconeo del destino.
Tenía cuarenta años, estaba recién casado y su currículum vinculado al mundo del calzado le había abierto un futuro prometedor. Con 18 años se marchó a Alemania para vender los zapatos de la empresa familiar, esa en la que jugaba como dice con cinco años a hacerse tirachinas con los restos de pieles que le sobraban a su abuelo de los recortes. Cortes que su madre y abuela materna hacían a mano para fabricar de manera artesana zapatos de señora. Su padre y hermana diseñaban zapatos, su abuela paterna era modista de Concha Piquer. De lo que le gusta ponerse en el pie a las señoras, Fernando Arellano sabe un poco. A los 22 años le fichó una empresa de calzados de grandes marcas. Porque mucha gente no lo sabe, pero el mejor calzado del mundo se fabrica en Elda aunque el logo sea italiano. “Con el zapato pasa como con el aceite -explica Fernando- lo fabricamos en Alicante pero le ponen la marca de lujo italiana”. En esas andaba Fernando cuando ese día de diciembre se rompió.
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“Me dijeron que era del estrés, pero luego han visto una malformación en el corazón donde se produjo un trombo. Yo he jugado mucho al tenis, ¿sabes esos carros del supermercado? Yo los llenaba con dos mil bolas y me ponía a jugar hasta que lo conseguía”. Y es que esa perseverancia es lo que le ha devuelto a su vida tras el ictus.
Fernando Arellano, no podía hablar, no podía moverse, no veía, no podía comer, no podía hacer nada sin ayuda. Estuvo un año ingresado en la clínica Goodman. Le tuvieron que extraer parte de su cráneo, y estuvo en coma inducido varios meses, pero luchar es algo que le caracteriza: “Yo veía a gente mucho peor que yo que luchaba a tope, y yo dije: si éste puede, yo también”. Dos años de rehabilitación diaria en la clínica y ya en su casa le hicieron avanzar poco a poco. Su esposa no pudo aguantarlo, él volvió a su casa de Elda para que su madre lo cuidara, no podía vivir solo. “Si no hubiera sido por ella, yo no estaría ahora así. Ella ahora que ve que puedo moverme por mi mismo está feliz”.
Hace unos días Fernando ha recibido la Estrella de Oro del Instituto Español a la Excelencia Profesional. Subió a recogerlo muy emocionado. “Cuando me dieron el premio, me tuvieron que ayudar a subir a la tarima, y les dije: hace dos años no podía hablar ni ver, y hoy me dais este premio, fue muy emocionante estaba casi llorando”. Dice que es muy cabezota y por eso, ha conseguido seis años después del Ictus no solo volver a hablar, no sólo volver a ver, no sólo volver a moverse, sino crear su propia empresa de zapatos. Ahora está inmerso en relanzarla con su socio: “En Fernando Mittelmeer- así se llama la empresa- vendemos sobretodo en Holanda y Alemania, yo tengo muchos contactos de casi treinta años trabajando en el sector y estamos intentando darla a conocer. Nos interesa también el mercado latino en Estados Unidos. El zapato de diseño y calidad se valora mucho más fuera de España, saben que están comprando un zapato de alta gama”.