¿Por qué Australia participa en Eurovisión?
La pandemia del coronavirus hará que Montaigne, la candidata australiana de este año, sea la primera de la historia en competir sin cantar en directo
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Decía María Zambrano que la historia de Europa ha estado siempre ligada a utopías, a grandes imposibles. "Y, sin embargo, de esos delirios ha salido la historia efectiva". En un momento donde el continente contiene el aliento ante la fuerza aparentemente imbatible de la pandemia y las fronteras vuelven a dividir Europa como nunca antes en décadas, el festival de Eurovisión vuelve a unir a los países en torno a un elemento indispensable para levantar el ánimo en los peores momentos de nuestra historia: la música.
Precisamente como una utopía, como un sueño imposible, Eurovisión, el festival que nació con la idea de unir a una Europa devastada por la guerra, vuelve ahora a concitar el esfuerzo de la concordia y el vínculo en una nueva edición que ha conseguido salir adelante este año tras la cancelación de 2020. Una oportunidad para pegar de nuevo un continente fracturado y demostrar que se puede hacer un gran evento en tiempos de pandemia, con las medidas sanitarias y las restricciones pertinentes.
Eurovisión ha sido usado como instrumento político en reiteradas ocasiones, bien para que las naciones reforzaran su condición de independiente ( los países exyugoslavos se apresuraron a participar en el evento incluso cuando el conflicto de los balcanes aún no había finalizado), como vía lograr una identidad europea (Azerbaiyán) o como oportunidad de sacar pecho ante eternos rivales ( Grecia y Turquía, Armenia y Azerbaiyán o Israel y los países musulmanes). Pero si por algo siempre se ha caracterizado el festival es por su carácter integrador, cuando el continente estaba hecho añicos tras la contienda bélica, bajo el terremoto económico o ahora con la pandemia.
Pero Eurovisión no es, ni nunca ha sido, exclusivamente de Europa. Ese deseo de unión a través de la música ha sido un principio declarado del que siempre el festival ha hecho bandera y este año lo lleva a su máxima expresión con la inclusión de Australia en 2015 en la competición. La excusa era sencilla: el concurso celebraba entonces 60 años y era una buena manera de premiar la fidelidad de uno de los países con más peso, audiencia y tradición eurovisiva. Se vendió como algo excepcional, aunque la propia UER, ente organizadora del certamen, dejaba ya abierta la puerta a la posibilidad de que Australia pudiera seguir participando en próximas ediciones. Como así ha ocurrido.
¿CUÁLES SON LOS REQUISITOS PARA COMPETIR EN EUROVISIÓN?
Para estar en Eurovisión, un país debe adherirse a la Unión Europea de Radiodifusión (UER) y situarse, con Greenwich como referencia, en la zona geográfica comprendida entre el paralelo 30 norte y el meridiano 40 este. De ahí que un país como Marruecos pudiera participar en el año 1980 y otros como Argelia, Egipto, Israel, Jordania, Libano, Libia o Túnez tengan la opción de hacerlo en cualquier momento. Uno de los motivos por los cuales no lo solicitan es porque, en la mayoría de casos, sus leyes no permiten emitir en televisión contenidos relacionados con Israel.
Armenia, Azerbaiyán y Georgia se encuentran fuerza de esa zona pero sí pertenecen al Consejo de Europa, una organización internacional de cooperación entre estados europeos con la democracia, los derechos humanos, y las leyes como valores principales. Su alta en este consejo también les permite formar parte del show que cada año siguen más de cien millones de espectadores.
AUSTRALIA, ¿UNA EXCEPCIÓN?
Australia es el primero que se salta la norma geográfica, aunque sí es miembro de la UER. La SBS, televisión pública del país oceánico, lleva emitiendo ininterrumpidamente el festival durante los últimos 35 años con buena audiencia, e incorporando comentaristas y televoto al espectáculo. Desde la participación de Olivia Newton-John en 1974 representando a Reino Unido, la cadena pública ha mostrado siempre un especial interés por el concurso.
Si algún año ganara Australia, los organizadores precisan que el festival no se celebraría en Sidney o Melbourne, sino que será un país del continente europeo el encargado de acoger el certamen compartiendo los gastos con la cadena australiana. Pero su participación no busca esa pretensión, sino la de remarcar la fortaleza del festival frente a la publicidad masiva que lo califica de "añejo" y "desfasado" y de mantener la línea continuísta de ese compromiso marcado de acercar países, y ahora continentes, a través de la música.
MONTAIGNE HACE HISTORIA EN EUROVISIÓN
Lo cierto es que Australia ha estado muy cerca de ganar en una ocasión. Tras un gran quinto puesto en su debut de 2015 con Guy Sebastián, la cantante de origen surcoreana Dami Im logró la medalla de plata en la edición celebrada al año siguiente en Estocolmo. La representante australiana consiguió ser la mejor valorada por el jurado, aunque su poco fuelle en el televoto le dejó finalmente por debajo de Ucrania. Isiah Firebrace en 2017 y Kate Miller - Heidke completan con sus respectivos novenos puestos un brillante palmarés en el que sólo queda como mácula el vigésimo puesto de Jessica Mauboy en 2018 con la canción "We got love". Todas las candidaturas, sin embargo, han pasado la criba de la semifinal.
La representante australiana de este año, Montaigne, tiene la papeleta más difícil. La artista de 25 años ganó la preselección nacional que la televisión nacional organizó para elegir a su candidata en 2020. La cancelación de la edición por culpa de la pandemia rompió el sueño de Montaigne. Sin embargo, la SBS volvió a confiar en ella para esta nueva edición. Pero Montaigne nunca llegará a viajar a Róterdam para defender su candidatura. El férreo cierre de la isla para evitar nuevas olas de la pandemia ha hecho que la representante australiana no pueda acudir a Róterdam, como sí el resto de participantes. De este modo, se convertirá después de 65 años en la primera abanderada que compite en Eurovisión sin cantar en la sede del concurso. En lugar de su actuación en directo, el televoto y los jurados valorarán la actuación que todos los representantes tuvieron que grabar en sus respectivos países en el caso de que ninguno de ellos pudiera estar presencialmente en Róterdam.
"Me entristece no tener la oportunidad de actuar en ese escenario tan grande, pero me siento a la vez agradecida por llevar dos años seguidos en el festival, y nada menos que durante una pandemia, lo que es una oportunidad única en la vida", dijio la aspirante australiana tras conocer la decisión de la televisión de acuerdo con su Gobierno. Un duro varapalo para una artista que, pase lo que pase en la semifinal de este martes, ya ha hecho historia en Eurovisión.