7ª CORRIDAS GENERALES

Bilbao despide a El Juli con calor y con la única oreja de una tarde vertiginosa

El madrileño acaba cortando la única oreja concedida en un festejo dominado por el vértigo y distintas incidencias.

Natural de El Juli al cuarto toro de Victoriano del Río este sábado en Bilbao

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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La tarde comenzó, como suele ser norma en Bilbao en estos casos, con un dantzari bailando aurresku en honor a un torero que sumaba con el de hoy su paseíllo número 55 sobre ese pardo ruedo que tantas veces paseó en triunfo, como también sucedió hoy tras la lidia del cuarto toro de una desconcertante corrida de Victoriano del Río.

El calificativo se justifica en el hecho de que el comportamiento del encierro de la sierra madrileña, basado en una general movilidad, varió desde la falta de raza a la aspereza defensiva, para acabar, sin excepción, rajándose o desentendiéndose a final o a mitad de las faenas, oscilando entre la bravura y la mansedumbre.

Uno de esos extraños "mansos-bravos" fue el cuarto, un largo y montado ejemplar que cubrió los primeros tercios pegando oleadas sin fijeza y doliéndose aparatosamente en banderillas, pero que rompió a embestir con claridad en cuanto se quedó solo con El Juli, que le abrió faena con unos banderazos sin mover las zapatillas.

En ese mismo momento comenzó a caer un fuerte aguacero que dio, si cabe, mayor intensidad al momento, pues, entregados con el veterano, los tendidos se rompieron jaleando una faena de movimiento continuo, con el torero ligando los pases con absoluta facilidad y confianza a un astado que repetía incansable sus abiertas embestidas.

Fueron varias tandas por ambas manos, y de distinto ajuste, con las que El Juli llegó a entusiasmar al público, hasta que el de Victoriano, como hicieron todos sus hermanos, se negó a seguir colaborando. Pero, para entonces, el madrileño había sumado los méritos suficientes como para cortar la trigésimo tercera oreja de su palmarés en esta plaza.

Antes había estado menos templado y menos apretado con un toro de espectacular capa sarda que tuvo buen aire en unas embestidas que necesitaron de menos tensión y más suavidad en el engaño.

Esa sutileza fue la que aplicó Paco Ureña en dos soberbias series de naturales al segundo, que además de mansear de salida se rebrincó con aspereza, tal vez doliéndose de alguna lesión en sus patas delanteras. Por eso el temple del murciano con la zurda fue como una especie de bálsamo que consiguió atemperar y alargar las reacias arrancadas en un ejercicio realmente meritorio.

El único defecto, y el gran error, de la faena fue la tozuda insistencia de Ureña por estirar una faena que ya estaba más que hecha, pero que se ensució por pedirle más a un toro que ya lo había dado todo y que comenzó por eso a huir y a embarullar lo que hasta entonces había sido templada limpieza.

Y le sucedió lo mismo con el quinto, un hondo castaño que, este sí, quiso emplearse con verdadera entrega ante una muleta que Ureña manejó con más ligereza, tan voluntarioso y firme como espeso de ideas, antes de perderse también en las querencias donde el animal acabó refugiándose.

El toro más complejo de la corrida fue el tercero, al que el escaso remate en los cuartos traseros hizo en principio parecer más débil de lo que fue. Así que, poco picado por ello, se fue creciendo hasta desarrollar una seca y amenazante violencia en sus arrancadas.

Roca Rey, que volvió a llenar de público los tendidos bilbaínos, intentó someterlo, aun a riesgo de ser prendido varias veces en sus ceñidas oleadas, pero al visible, y finalmente medido, esfuerzo le sobraron las dudas que impidieron una resolución más airosa antes de un feo bajonazo.

Para compensar su suerte, al peruano le correspondió como sexto otro de los toros claros, el de más volumen pero también el de mejores hechuras y que repitió con transmisión durante un trasteo con un inicio y un final espectaculares y populistas, pero con una parte central de muletazos demasiado ligeros y despegados, que aun así mantuvieron el espíritu festivo del tendido.

Tanto que se le pidió con muchísima fuerza una oreja que, tras un pinchazo y una estocada defectuosa, ahora sí que no concedió la presidencia, para devolver a la plaza Bilbao, siquiera por un momento, el rigor que de siempre la hizo grande y respetada.