24ª SAN ISIDRO
De una tanda de naturales de oro de Ferrera al robo de la 'oreja de la lluvia' a Escribano
La corrida de Adolfo Martín, muy medida de raza en su primera mitad, elevó la nota con los tres últimos ejemplares.
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Tarde gris en Las Ventas. No solo por los cárdenos de Adolfo Martín que aguardaban en chiqueros, si no también por las nubes que se cernieron sobre el coso madrileño mediado el festejo y que condicionó su devenir con una segunda parte de tormentas, ir y venir de público en búsqueda de refugio y más argumentos entre los de luces.
Y es que la primera mitad la corrida del hierro extremeño estuvo lastrada por una exasperante falta de empuje y casta. El precioso primero de Antonio Ferrera salió como adormecido, sin querer tomar los capotes y pasando de largo del caballo sin hacer el más mínimo intento de empujar al jaco. El extremeño hizo bien en abreviar cuando en la muleta su oponente no quiso guerra.
Manuel Escribano se fue a portagayola a recibir a su primero, otro toro desfondado al que pareó con vibrante emoción y nada más.
Y antes de llegar al ecuador del festejo, un tercero muy a la defensiva, reponiendo siempre entre muletazo y muletazo y con el que nunca estuvo a gusto José Garrido.
Pero fue sonar clarines y timbales para que saltase y abrirse los cielos de Madrid sobre Las Ventas. En la arena apareció 'Malagueño', un toro muy asaltillado enseñando las palas que, pese a su flojedad de remos, sacó fondo para embestir con templada humillación a la muleta de Ferrera. Tardó en cogerle el pulso a la embestida del 'adolfo', molestado por la lluvia y el viento. Pero cuando lo logró, de la muleta de Ferrera brotaron tres naturales de oro puro. Cadencia, ritmo, temple dormido... puro deleite. Fue solo una serie, pero qué serie. Después alargó la faena en la búsqueda de repetir esa tanda, pero al toro se le fue acabando la gasolina. Para más inri, falló con los aceros.
Escribano se fue de nuevo en el quinto a la puerta de chiqueros con la tormenta ya instalada sobre Las Ventas. Muy ajustada la larga, perdiendo la montera en el lance. El de Gerena volvió a banderillear con poder, destacando un tercer para al violín por los adentros que caldeó a gradas y andadanas, donde a esa hora de la tarde se encontraba la gente que aún aguantaba el chaparrón a cubierto. El cárdeno de Adolfo Martín, veleto hasta decir basta, apuntó buenas maneras en los primeros compases de la faena de muleta, pero pronto comenzó a reducir sus embestidas. No le importó a Escribano, que bajo el diluvio se puso muy de verdad para intentar alargar los muletazos. Poderoso el trazo, que tenía que gobernar tanto los viajes del toro como el viento que soplaba. Al natural llegó la volterereta, presentida por la condición del astado. Un milagro que saliese ileso tras las tarascadas en su suelo. El público se rompía la manos a aplaudir la entrega del torero. La estocada viajó un punto desprendida y quizá a ello se agarró un palco que no valoró de premio una petición a todas luces mayoritaria.
Cesó la tormenta para ver aparecer al gigante sexto. Un toro de 602 kilos con cara de 'Santa Coloma' y cuerpo de caballo. Feo como él solo. Aún así, el de Adolfo Martín rompió a embestir con buen aire ya desde el capote, lo que aprovechó Garrido para enjaretar tres verónicas muy mandonas de compás abierto y rematadas con una media muy acinturada. Se presentía que podía ocurrir algo. Pero aquello no terminó de cuajar. El toro siguió humillando y el extremeño ligó una buena primera tanda en redondo, bajando la mano y llevándolo sometido. Pero después todo se fue diluyendo, más ligereza que mando. Y la estocada, que apuntó a los blandos.