ZARAGOZA

El Juli pincha el toreo en La Misericordia

El fallo a espadas impide al madrileño salir a hombros en una encerrona de buen toreo y muchos detalles

Derechazo de El Juli durante su encerrona en Zaragoza

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

7 min lectura

El centro del anillo no terminó de colorearse hasta casi el toque de clarines. Una customización con doble mérito. Primero por el tiempo, ya que por la mañana hubo festejo popular; segundo por la complejidad de ensamblar polvos de colores para dar forma a algo que no atiné bien a descifrar. El Juli, 20 años de pasión. Eso rezaba la arena.

Sin tener ese momento de asueto para colmarse de energía y tranquilidad. Sin poder picarse con otros compañeros mientras le pega dos caladas a ese marlboro tan torero. Picarse consigo mismo. Después de 20 años, solo una figura como tal es capaz de llegar a semejantes cotas. Capote y muleta, falló la espada. La tauromaquia eterna condensada en 174 centímetros de raza y afición. El Juli es El Juli y sus circunstancias. Dos décadas de dominio que sirven de corolario a veinte años de siglo XXI. Él y solo él sabe lo que ha sufrido. Y todos los demás mortales han disfrutado de su capacidad. En Zaragoza, Julián anotó un punto y seguido a una carrera que nunca jamás nadie se atreverá a igualar.

Llegó con veinte minutos de antelación. Vestido de un negro goyesco adornado con fino hilo de pasamanería blanca y con la responsabilidad tatuada en el semblante. Diez minutos antes de las seis, la plaza ya estaba llena. En los estrechos vomitorios del coqueto coso de Pignatelli, los más rezagados en busca de líquido y buscando explicación a las orejas olvidadas un día antes con Ponce.

El primero de la tarde se partió el pitón por la mazorca cuando partían plaza los picadores. Salió en su lugar el que correspondería al segundo turno, un negro mulato de Cuvillo sin fuerza alguna. El Juli empleó su faceta de enfermero para tratar de mantenerlo en vertical. Un sector de la plaza lo protestó desde los primeros lances. Tras parear Ramón Moya con suficiencia y lidiar con maestría Sergio Aguilar, en Zaragoza se hizo el silencio para contemplar el templado

prólogo. Después, con la diestra, dejó dos series con la muleta a media altura y algún muletazo más relajado y sometedor. Por el pitón izquierdo, el toro amagó con colarse y fue ahí cuando el torero se encendió. Dos series ligadas y de naturales profundos y una después con la derecha de una superioridad abrumadora. Ligazón, temple, mando y ese toque de personalidad que hace distinto el toreo. Ya en terrenos del toro -siempre en los medios- un circular, cambio de mano sempiterno incluido, le dio rúbrica a su labor. La espada, casi entera y contraria, dio pie al primero de los dos trofeos que obtuvo el torero.

El segundo, de Los Maños, se mostró codicioso en el capote y acudió con presteza al caballo en el primer envite. Muy responsable el madrileño, colocó al toro como mandan los cánones y trató de hacer todo con la mayor solvencia y profesionalidad posible. El castigo en el peto fue casi inexistente. Quitó por elegantes tafalleras afaroladas. Brindó al público. Tras probarlo genuflexo, Julián vio las bondades de Callejuelo por el izquierdo y dejó una serie de naturales al ralentí. Lo enjaretó también con la diestra, algo molesto por el gazapeo constante del animal. Retornó sin pensárselo a torear por naturales. Y qué naturales... La embestida amejicanada del toro permitió al Juli cuajar una faena de exquisito temple. Naturales que evocaron esa faena a Ropalimpia de hace 18 años y un día. Tremendo. Se atrancó con la espada. Seis pinchazos se llevaron un triunfo en todos los sentidos, por la forma de torear y por cuajar a un gris en España. Un gris que se llevó una fuerte ovación de sus paisanos en el arrastre.

En tercer lugar, salió un sobrero -corrido turno- de El Pilar con más alzada que un pívot de NBA. Recibió todo el castigo en el primer puyazo. Las lopecinas tras el tercio de varas pusieron a más de uno en pie. Se vino arriba el de Fraile en banderillas y así lo vio El Juli, que comenzó la faena al hilo de las tablas sacándose al toro a los medios. El templado y acompasado ritmo de Médico no tuvo la rotundidad necesaria para ver a Julián en plenitud, pero si le permitió expresarse con empaque y fervor. Cuando cogió la muleta con la izquierda, un manojo de naturales de altísimo nivel terminó por embelesar a la plaza. Absolutamente entregado el torero, casi desinhibido, y en estado de efervescencia la afición. Esta vez sí, la espada viajó certera. Tardó el toro en caer y fue el propio Juli el que se

arrancó a tocarle las palmas. La muerte a los pies del torero, sin espada ni muleta, fue de una belleza sin igual. La muerte hecha caricia. El toreo desde las yemas. Otra oreja.

Con el recuerdo del Cuba II de San Isidro, salió un tocayo suyo en cuarto lugar. Engatillado de cuerna y con mucha hondura. A favor de obra y siempre en torero, El Juli colocó al toro en el caballo, donde no se empleó ni tampoco recibió severo castigo. En banderillas tampoco colaboró, lógico en un toro, pero el que sabe entiende. Como buen Cuba fue libre, esta vez de no embestir. O por lo menos de hacerlo sin la boyantía que demandan las poderosas muñecas julianas. Aún así, El Juli hizo un esfuerzo con él pese a la incomprensión de parte del tendido. Abrochó la faena con una gran estocada.

Recibió con temple y torería al feo y terciado Garcigrande que hizo quinto. En el primer encuentro con el caballo, el toro se llevó la punta de la puya puesta. Entre una pica y otra, El Juli cuajó unas particulares tafalleras y se lo llevó después por gaoneras al paso. Inicio la faena de muleta de rodillas, por si faltaba algo. No tuvo la rotundidad esperada por el escaso celo del toro. Consiguió meterlo en la canasta Julián, con dificultades, y ahí fue capaz de someterlo con una incontestable muleta. Arrebatado, enfadado, muy metido toda la tarde, el torero tiró de raza para sobreponerse a la mansedumbre y a la falta de casi todo del de Garcigrande. Cumbre el torero. No fue la faena más rotunda pero si la más conseguida. A tenor de lo que tenía delante, que es como se debe valorar a un artista. La espada volvió a ser su cruz. Pese al fallo, Zaragoza rindió una sentida ovación al torero.

El de la jota, un Parladé de 642 kg salió lastimado de los cuartos traseros y fue sustituido por otro sobrero de El Pilar. No permitió el lucimiento de salida y fue horrendamente "picado", porque el castigo fue inexistente. Invitó a los sobresalientes a personarse en quites, Miguel Ángel Sánchez y Carlos Gallego. Tras un lucido tercio de banderillas, El Juli arrancó su labor en los bajos del 5. Con inteligencia, se sacó al toro a los medios para torear en redondo. La escasa casta de Campanero no aguantó más que una tanda. En cercanías, Juli solo pudo tirar de él para arrancarle algún natural. Con peligro, ya que el corto viaje del animal a punto estuvo de costarle un susto. La voluntad y el arrojo pusieron a la gente de pie. Una muestra más del compromiso de El Juli con su profesión. Puso el broche a la encerrona con una gran estocada.

Zaragoza, sábado 13 de octubre de 2018. 9ª de Feria. Lleno de “no hay billetes”.

Toros de Garcigrande (5º), Núñez del Cuvillo (1º), Los Maños (2º), Puerto de San Lorenzo (4º) y El Pilar (3º bis y 6º bis). Correctos de presentación, excepto el 5º, muy terciado. 1º, bis, noble y a más. 2º: templado y con clase. 3º, excelente. 4º, descastado. 5º, manso exigente. 6º, bis, descastado y a menos.

El Juli, como único espada: oreja, silencio tras aviso, oreja tras aviso, palmas, ovación con saludos tras aviso y ovación de despedida tras ligera petición.