14ª SAN ISIDRO
Ureña sobrevive al límite en un manicomio de agua y almohadillas
El torero murciano salda su encerrona en Las Ventas cortando una única oreja ante un sobrero del Conde de Mayalde.
Publicado el - Actualizado
4 min lectura
La ovación tras el paseíllo tuvo un claro destinatario. No hubo polémicas ni contrarréplicas. Paco Ureña se desmonteró, saludó y recogió un puñado de arena del ruedo de Las Ventas como gesto de agradecimiento a la afición de Madrid, que tanto le ha dado.
Una encerrona que se fraguó como opción desesperada ante la falta de oportunidades en este inicio de temporada y que no terminó de agotar el papel. Una oreja como balance parece resultado poco abultado para convencer a quienes le niegan a Ureña el pan, la sal y los contratos.
El ganado elegido distó mucho de lo que debe salir por los chiqueros de Las Ventas. Un saldo en toda regla con varios toros impropios de Madrid que, además, lastraron por su juego la apuesta de Ureña.
Hubo que esperar a que se devolviese el quinto, un toro de Juan Pedro Domecq pregonado por las redes sociales desde este mediodía y que se protestó desde que asomó a la arena. En su lugar saltó un sobrero basto y astifino del Conde de Mayalde. Desde hacía minutos que los nubarrones negros amenazaban con descargar. Y fue justo cuando comenzó el diluvio cuando Ureña se rompió en varias tandas al redondo buenas de verdad. Mano baja, compás muy abierto. Rotundo todo, con el toro embistiendo con humillada entrega La gente en los tendidos se dividía entre los que buscaban refugio del agua y los que se desgañitaban gritando ‘oles’ mientras se empapaban. Un manicomio. Todo demasiado excesivo. Tanto, que tras meter la mano Ureña con habilidad comenzó otra lluvia. La de almohadillas sobre el ruedo de Las Ventas. Ni en una plaza de pueblo, oiga. Madrid convertido en circo. Se pidió la oreja al diestro y se concedió desde el palco.
El resto del festejo tuvo mucha menos historia. El de La Ventana del Puerto que abrió el festejo uvo el trapío justo y un comportamiento vulgarote en todos los tercios. Si a ello le sumamos una falta alarmante de fuerzas, todo lo que intentó Ureña no tuvo realce ni brillo. Se fue tras de la espada con prontitud.
De Domingo Hernández fue el segundo. Cuajado de carnes y astifino como él solo. Se empleó con riñones en el peto y humilló con ritmo y clase en sus viajes. El de Lorca, que había firmado un buen quite por chicuelinas, se enfrascó después en una faena con muchos altibajos. A una notable tanda al natural de profundo trazo le sucedieron otras más en corto. Le faltaba sitio y oxígeno al toro. Bajo el diapasón de la intensidad, que se retomó en una tanda a derechas con el toro sacando ese fondo tan característico de esta ganadería. Pero a esta cumbre, le siguieron de nuevo otras series de menor acoplamiento entre toro y torero. Todo acabó a menos.
Al de Adolfo que hizo cuarto le soplaron una lidia horrenda. Se gastó mucho el toro ahí. Tampoco pareció adecuado el inicio de faena de Ureña cortándole el viaje. El animal se orientó y no tuvo ni uno después. Dónde pasó un quinario el torero fue con el descabello.
La tarde entró en barrena con el acucharado cuarto de José Vázquez. Se tiñó el cielo de negro y los nubarrones también se ciñeron sobre el ruedo venteño. No terminó de romper el toro y al torero las dudas comenzaron a devorarlo. Con la espada no volvió a estar fino.
Después del manicomio, se esperaba al sexto de Victoriano del Río como salvavidas de una encerrona que apuntaba a naufragio. Encastado en el caballo y con movilidad exigente, el toro del hierro madrileño cantó la gallina pronto. Manseó en la muleta poniendo rumbo a tablas en cuanto podía. Alargó la faena Ureña en la búsqueda de una puerta grande sobre la bocina que no llegó
Madrid, sábado 21 de mayo de 2022. 14ª de Feria. Casi lleno (19.992 espectadores según la empresa.
Toros, por este orden, de La Ventana del Puerto, justo de trapío, flojo y a menos; Domingo Hernández, bien presentado, noble y con buen fondo; Adolfo Martín, de correcta presencia y peligroso; José Vázquez, justo de trapío, sin romper; un sobrero del Conde de Mayalde, de bastas hechuras pero noble y humillador en el último tercio; Victoriano del Río, mal presentado, manso con movilidad engañosa.
Paco Ureña, como único espada: silencio, ovación, silencio, silencio, oreja y ovación de despedida.