5ª CORRIDAS GENERALES
Enrique Ponce se despide sin brillo de Bilbao, una de las plazas clave de su carrera
El valenciano da la única vuelta al ruedo en una tarde condicionada por la falta de casta y fuerza de los toros de Daniel Ruiz.
Madrid - Publicado el - Actualizado
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El veterano torero valenciano Enrique Ponce se despidió este viernes de la plaza de toros de Bilbao, una de las que más veces y con más fuerza le vio triunfar en sus buenos momentos, con una actuación sin brillo alguno y que estuvo condicionada por la absoluta falta de raza y de fuerzas de la corrida del hierro de Daniel Ruiz que salió por los chiqueros de Vista Alegre.
En recuerdo de aquellos viejos tiempos, la afición bilbaína mostró su cariño al diestro de Chiva en varios ocasiones, como en el aurresku de honor -baile de homenaje del País Vasco. que ejecutó para él un "dantzari" antes de que arrancara el paseíllo o, ya después del desfile de las cuadrillas, la ovación que le tributó antes de que saliera al ruedo su primero toro.
Pero el hecho es que ya no hubo apenas más motivos para aplaudirle con fuerza, porque los dos toros que sorteó, igual que otros tres de la corrida albaceteña, no tuvieron más que la raza y las energías mínimas para aguantar una lidia vacía de emoción y de sentido, por mucho que Ponce intentara solventar lo que no tenía remedio.
Su primero acusó desde su salida una clara merma de fuerzas en los cuartos traseros que imposibilitó cualquier lucimiento, aunque al menos cabe reconocer al valenciano el mérito de sostenerle en pie en un trasteo tan largo como intrascendente. El cuarto, hondo y astifino, tuvo, además de voluntad, un punto más de fuerzas que, en este caso, Ponce no supo administrar con cortos pero sin el pulso necesario.
Con todo, y pese a la opacidad de su actuación, el veterano se fue a los medios, después de arrastrado el toro de su adiós, en busca de ese cariño que Bilbao le había demostrado hora y media antes, provocando así una cálida ovación que le llevó a tomarse la confianza de marcarse, por su cuenta, una última vuelta al ruedo del que tantas tardes salió en triunfo.
Roca Rey no perdió demasiado el tiempo con un segundo de la tarde también noble pero encogido de riñones al que no logró equilibrar con su brusquedad de muñecas, pero tuvo en el quinto la única oportunidad de éxito real que ofreció la corrida de Daniel Ruiz, en tanto que el hondo y serio ejemplar se mantuvo en la lidia con brío, sin gran clase pero repitiendo sus embestidas con la suficiente vibración.
El peruano le abrió la faena de rodillas sobre las rayas de picar, aprovechando ese fuerte impulso del toro, pero de ahí en adelante, más allá de la quietud, los muletazos rápidos y cortos, sin obviar los numerosos enganchones, fueron la constante de un trabajo que Roca intentó resolver en la distancia corta, como en tantas otras tardes, hasta provocar sólo una insuficiente petición de oreja.
El toreo más templado y sincero de la tarde, sin llegar tampoco a un mediano nivel de entusiasmo, llevó la firma de Pablo Aguado ya desde que recibió con buenas verónicas de manos altas a los dos de su lote, que se apagaron y vinieron abajo ya en el tercio de banderillas, sin regalar una sola embestida con recorrido.
Aun así, el sevillano trató a ambos con honestidad en los cites y precisión en las telas para hacerles caminar mínimamente en los muletazos por ambas manos y en los adornos de buen gusto que salpicó, sin que ninguno de los dos astifinos ejemplares se lo agradecieran.