CENTENARIO

'Gallito', el toreo mismo

El periodista y escritor andaluz Carlos del Barco hace un recorrido vital y profesional de José Gómez Ortega 'Gallito'.

Desplante de José Gómez Ortega, Joselito El Gallo

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

5 min lectura

El toreo mismo, como quintaesencian su figura Jacobo Cortines y Alberto González Troyano, o rey de los toreros, como lo hace el periodista Paco Aguado, José Gómez Ortega 'Gallito' (1895-1920) sigue vivo en su legado a los cien años de que 'Bailaor', de la viuda de Ortega, segara su vida en Talavera de la Reina (Toledo).

Joselito 'El Gallo', José a secas en la veneración de su familia y partidarios, murió el 16 de mayo de 1920 en la plenitud física y profesional de veinticinco años pletóricos en los que sólo pensó en el toro y en los que en la 'Edad de oro del toreo' revolucionó los cimientos de la Tauromaquia en las plazas y fuera de ellas junto al revolucionario y entonces heterodoxo Juan Belmonte.

"Vive sólo para los toros, habla tan sólo de toros y a los toros supedita todas sus expansiones, costumbres y deseos", escribió de él José María de Cossío, amigo y partidario de José y artífice del colosal proyecto enciclopédico que palió penurias como las del poeta Miguel Hernández con, entre otras atribuidas aunque nunca confirmadas, la entrada del bandolero burlado por su guapa mujer José Ulloa 'Tragabuches'.

Hijo de Fernando 'El Gallo' y la 'Señá' Gabriela, hermano menor de los matadores de toros Rafael y Fernando, y cuñado de Ignacio Sánchez Mejías, testigo de su muerte, José vive y muere en torero después de una vida en la que gobernó el toreo desde una vocación y dedicación casi sacerdotal.

"El toro, el ganadero, el empresario, las plazas y los toreros eran cinco enunciados pendientes de los cinco dedos de la diestra mano de ese rey", escribió César Jalón 'Clarito' del coloso de Gelves, donde nació y en cuya Huerta del Algarrobo empezó a asombrar muy niño a su padre y hermanos con los chismes de torear en la mano.

Gallito, de la estirpe de los que en el toro se dice que parece que lo ha parido una vaca por su saber ancestral, se lo contó a Gregorio Corrochano, que "el toreo no se aprende", que nunca había visto un toro de lidia y la primera vez que se puso delante le hizo "las mismas cosas" que cuando ya hablaba con el escritor y crítico.

Con esta asombrosa capacidad y precocidad en el saber taurino, José debuta con apenas doce años en Jerez y con diecisiete en Madrid y Sevilla, donde toma la alternativa en La Maestranza de manos de su hermano Rafael y comienza una trayectoria en la que mandó en el toreo junto a Belmonte desde que torearon por vez primera en 1915.

Compendio de todo el toreo previo a su irrupción en los ruedos, Joselito pone las bases de la tauromaquia moderna desde un conocimiento absoluto del toro y sus encastes, un dominio pleno de las querencias y una sabiduría de todas las suertes de capa y de muleta, en la que cimenta el toreo en redondo base del actual.

Dominador de todos los tercios, el de Gelves 'se entretuvo' además en cambiar las vetustas estructuras decimonónicas de la Tauromaquia al impulsar las plazas Monumentales para abaratar costes y permitir que fueran a los toros las clases menos favorecidas, influir en la selección del ganado para que se adaptara a los nuevos gustos del público y consolidar los hasta entonces inéditos veedores de toros para las figuras.

El legado de Gallito, de quien los partidarios afirman que a su dimensión literaria le faltó el Chaves Nogales que tuvo Belmonte, es reivindicado en obras como 'El rey de los toreros', 'Joselito, el toreo mismo', de la Fundación de Estadios Taurinos; y, la última de ellas, 'Dos temporadas y media', de los arquitectos Fidel y Julio Carrasco Andrés y Carmen del Castillo.

La muerte de José en Talavera produjo un enorme estupor en la España de la época por ser la de un héroe, condición aparejada a la del torero, y además rayano en una invulnerabilidad mitológica: 'La lidia toda, atada y previsora, sabio ajedrez contra el funesto hado', como escribió Gerardo Diego en su 'Elegía a Joselito'.

Pero el hado fue funesto y no todo estaba previsto y atado en el ajedrez de Talavera. José murió en la enfermería y, sobre su cuerpo yacente cubierto con una modesta manta de enfermería de pueblo, su cuñado Ignacio Sánchez Mejías escribió en su meditación ante su dios y casi hermano una de las mejores elegías fotográficas del siglo XX.

Unos siete mil sevillanos esperaron al héroe caído en la estación de Plaza de Armas, adonde llegó de la madrileña del Mediodía el 19 de mayo, y otros veinte mil, según cuentan las crónicas de la época ,acompañaron al féretro hasta el santuario de los Gallo en la Alameda de Hércules.

Poetas y escritores como Fernando Villalón, Felipe Cortines, Gerardo Diego, Rafael Alberti o José Bergamín glosaron la figura del joven dios muerto como antes de Talavera lo habían hecho los pintores Zuloaga, Vázquez Díaz o Ruano Llopis y, años más tarde, en el mausoleo esculpido por Mariano Benlliure para el cementerio de San Fernando de Sevilla: allí José sigue reinando en mármol sobre el bronce de todos los Gallo y de Ignacio.

Pudo tanto en vida, que su muerte parecía tan imposible como resumió el cordobés Rafael Guerra 'Guerrita' en el telegrama que envió al padre de José: 'Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te envío mi más sentido pésame. Se acabaron los toros'.

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