2ª FERIA DE SAN JORGE

Triunfos de Roca Rey y Juan Ortega, con lleno de público y vacío de bravura en Zaragoza

Roca Rey, que cortó dos orejas a un toro, y Juan Ortega, que paseó una y una, destacaron en La Misericordia.

Roca Rey en su salida a hombros este domingo en el coso de La Misericordia de Zaragoza

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Los diestros Roca Rey, que salió a hombros, y Juan Ortega se repartieron cuatro orejas de los descastados toros lidiados hoy en la corrida de la miniferia de San Jorge de Zaragoza, que provocó en los tendidos del coso de la Misericordia un lleno total e inédito desde hace muchos años en estas fechas del calendario taurino.

El hecho de que solo el torero peruano saliera finalmente a hombros se debió únicamente a las exigencias de la normativa aragonesa, que exige para permitirlo que se corten dos orejas de un mismo toro, como hizo Roca en el sexto, solo que hasta entonces la tarde había llevado la firma de Ortega, que paseó un trofeo de cada uno de los de su lote.

Pero esas cuatro orejas que ambos obtuvieron, más allá de reglamentismos, tuvieron un especial mérito al lograrlo con una corrida muy escasa de bravura, ya fuera por el nulo fondo de los tres astados de Daniel Ruiz o por el comportamiento abanto y sin fijeza de los de Álvaro Núñez lidiados en la segunda parte del festejo.

Juan Ortega, que debutaba en esta plaza, acertó a llevarse una de cada distinto tipo de toro, aplicando una misma fórmula para resolver las escasas opciones de lucimiento que ambos le ofrecieron. Y esa medicina no fue otra que la del temple, además de una infinita paciencia para esperarlos, darles confianza y prácticamente acariciarlos en cada embroque.

Así fue como el sevillano alargó la duración de un primero que se desfondó tras la suerte de varas y que acudió con un paso cansino y desganado, lo que no fue problema para que Ortega, crecido de moral tras su último triunfo sevillano, le sacara derechazos y naturales de insospechado recorrido, además de adornos preciosistas, antes de matarlo de una buena estocada.

Y con idéntico temple trató al quinto, este de Álvaro Núñez, que buscó siempre la huida que ya le negó, con su efectivo capote, Miguel Ángel Sánchez en una acertada brega. Sujeto así el toro, Ortega abundó en la misma despaciosidad de muñecas y de actitud, engarzando instantes de gran belleza a pesar de la paulatina pérdida de celo del enemigo, en una faena medida a la que puso el añadido de contundencia de una gran estocada.

Roca Rey le había hecho una de sus faenas estándar a su primero de Daniel Ruiz, un toro muy cuajado y que tuvo un poco más de fondo que sus otros dos hermanos, solo que con una sosería que no ayudó al peruano para motivar al público que llenó los tendidos fundamentalmente a su reclamo.

Claro que, tras el triunfo de Ortega, y a menos de veinticuatro horas de haber abierto la Puerta del Príncipe de Sevilla, el torero de Lima se dispuso a echar el resto con el sexto, que fue el que menos tendió a huir de los de Álvaro Núñez y con el que aprovechó ya para poner la plaza en pie en un vistoso quite por caleserinas.

En cambio, lo más intenso llegaría con la muleta, una vez que aplacó las rebrincadas arrancadas de un colorado que no cesó de calamochear en todos los viajes que Roca le planteó con una férrea firmeza y con un evidente orgullo de figura. Y aplacada la violencia del toro, aún le cuajó una soberbia serie de derechazos, con la mano baja y por fin ligada, de la que salió mirando desafiante a un público ya volcado con él.

Los alardes finales habituales en el repertorio del peruano, o sea, circulares invertidos, desplantes entre los pitones y demás alardes efectistas, bastaron para calentar lo suficiente los ánimos antes de que una estocada volcándose y de efectos demoledores desatara la pañolada y la concesión de esas dos orejas que le abrieron la Puerta Grande en su vuelta a Zaragoza siete años después.

Alejandro Talavante fue una especie de convidado de piedra en el festín orejero, en tanto que no quiso perder demasiado el tiempo con el vacío primero de la tarde y tampoco puso mucho empeño en sujetar en las afueras al también abanto cuarto, que acabó en terrenos de toriles sin encontrar apenas resistencia a sus instintos de manso.

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