La carga de los balones de fútbol

Cuando cuatro trozos de cuero guiaron a un valiente batallón británico en los campos de la muerte de la batalla del Somme durante la I Guerra Mundial

La carga del balón de fútbol

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el

3 min lectura

En la mañana del 1 de julio de 1916, en el apogeo de la Gran Guerra, se va a vivir una de las más sangrientas luchas de la historia. En la Picardía francesa dos bandos separados por apenas unos metros velan armas en las vísperas de la que se conocerá como la batalla del Somme. Los británicos necesitan aliviar la presión germana sobre Verdún y, para ello, el general Douglas Haig pergeña un plan de ataque demoledor. Primero ordena a sus zapadores que coloquen diez minas bajo las trincheras enemigas y luego, tras la detonación, manda que las veinte divisiones de infantería a sus órdenes salgan en oleadas para rematar a los que sobrevivieran al infierno explosivo.

Las pesadas bombas estallan puntuales -no todas- y los silbatos de los oficiales comienzan a enviar a jóvenes ingleses, galeses, escoceses, irlandeses y franceses a la muerte.

Uno de esos oficiales -21 años tenía en ese 1916- era Wilfred Percy Nevill, conocido como Billie. Un londinense que amaba el deporte y que en el colegio había practicado rugby, cricket y hockey. Tras un breve periodo de adiestramiento en Surrey, fue promocionado a capitán del East Surrey Regiment.

Poco antes de la Batalla del Somme Billie le escribió a su hermana: “los proyectiles están bastante desgastados; Sabes que uno se desconcierta después de unos pocos millones, aun así será una gran experiencia para contarles a mis hijos. Estoy tan feliz como siempre”.

A los soldados capitaneados por Nevill les había tocado tomar una colina en la localidad de Montauban. El capitán había comprado cuatro balones de fútbol. Uno para uno de los pelotones. Y, confiado en la palabra de los artilleros y de sus superiores de que tras el bombardeo no podría quedar ningún alma en las trincheras de sus odiados boches, Billie decidió jalear a los suyos ordenando su ataque como quien inicia un partido de fútbol. Habría un premio para quien marcara un gol en la trinchera rival.

Poco antes de las 7.30 de la mañana Neville pita y los cuatro balones de cuero empiezan a rebotar por la tierra de nadie con dirección a la zona enemiga. Sin embargo, a pesar del ánimo inicial, las bombas no habían causado tanto daño como se preveía y los alemanes sacaron sus ametralladoras y fusiles a relucir con su terrible carga mortal. La imagen de un puñado de chavales jugando al fútbol y a la muerte al mismo tiempo mientras sorteaban minas y alambre de espino tuvo que ser sobrecogedora. Mientras las balas silbaban a su alrededor, el valiente Wilfred se puso al frente de los suyos con una granada en una mano y su Webley 455 reglamentario en la otra y de inmediato recibió un tiro en la cabeza.

Ese día 19.240 soldados británicos perdieron la vida. El capitán Neville fue uno de ellos y está enterrado a pocos metros de donde fue disparado.

La carga de los balones de fútbol, como se conoció, fue recogida por la prensa con fines propagandísticos como un acto de valor y heroísmo. Durante los días siguientes el general Haig, desde su cómoda retaguardia, ordenó varios ataques sin éxito que costaron muchas más vidas. Entre ambas trincheras miles de jóvenes agonizaron durante horas llamando infructuosamente a sus madres.

Mucho más tarde, cuando las balas dejaron de silbar, se buscaron los balones en el campo de batalla. Dos fueron hallados en las trincheras alemanas. En uno de ellos estaba dibujado: “La gran final de la eliminatoria de la Copa de Europa. East Surreys contra bávaros. Saque de centro a las cero horas". En el otro, en letras grandes, decía: "NO HAY ÁRBITRO", que era la forma que tenía el capitán de decirles a sus hombres que no debían tratar a los enemigos con ligereza. Uno de esos balones se conserva en el Castillo de Dover, en el Museo Real de la Princesa de Gales. Fueron los dos goles más tristes de la historia. Nadie premió a los anotadores.

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