Cuando Iznájar se levantó en armas: La historia de la Revolución del pan y el queso

Liderados por el veterinario anarquista Rafael Pérez del Álamo, unos 400 iznajeños se sumaron a una insurrección en 1861 contra el caciquismo del general Narváez

Cuando Iznájar se levantó en armas: La historia de la Revolución del pan y el queso

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el - Actualizado

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En el verano de 1861 España vive tiempos intensos. El reparto de la Desamortización de Madoz y la guerra de Marruecos han soliviantado el ánimo popular en una época ya de por sí movida. En Andalucía, concretamente en Loja y su comarca, se constituyó en ese año una sociedad secreta alentada por el Partido Demócrata que intentaba aunar los intereses de la burguesía progresista y de las clases populares. Poco a poco se van uniendo trabajadores descontentos y, además, la labor represiva desde el gobierno del general lojeño Ramón María Narváez -que había aumentado su patrimonio con aumentos injustificados de la renta de sus fincas-, avivó la llama levantisca.

Así, a final de junio de 1861, en Mollina arranca una revuelta liderada por el veterinario Rafael Pérez del Álamo, un singular anarcosindicalista sobre quien escribiera Pérez Galdós en su “La vuelta al mundo en el Numancia” de sus Episodios Nacionales:

“Hombre extraordinario fue realmente, dotado de facultades preciosas para organizar a la plebe, y llevarla por derecho a ocupar un puesto en la ciudadanía gobernante. Tosco y sin lo que llamamos ilustración, demostró natural agudeza y un sutil conocimiento del arte de las revoluciones; arte negativo si se quiere, pero que en realidad no va nunca solo, pues tiene por la otra cara las cualidades del hombre de gobierno. Representó una idea que en su tiempo se tuvo por delirio. Otros tiempos traerían la razón de aquella sinrazón”

Esa idea del socialismo utópico y de justicia social garibaldiana fue ganando adeptos por Andalucía y tras el motín de Mollina, 600 campesinos armados con escopetas, cuchillos y hoces parten de los Ventorros de Balerma rumbo a la vecina Iznájar.

Tras cruzar el Genil se escucha el grito: “Viva la República y muera la Reina” y luego se dirigen al Ayuntamiento primero (cae sin resistencia) y al cuartel de la Guardia Civil, que planta batalla durante dos horas.

Pérez del Álamo y sus acólitos demandan a los rectores de Iznájar 2.000 Raciones de pan, carne, pan y vino, la pólvora y balas que hubiese en la localidad, 200 Libras de tabaco y varias gruesas de librillos de papel de fumar.

A la aventura de Pérez Del Álamo se le suman 400 vecinos de Iznájar, a quienes el veterinario revolucionario les arenga diciendo:

“Tened presente que nuestra misión es defender los derechos del hombre, tal como preconiza la prensa democrática, respetando la propiedad, el hogar doméstico y todas las opiniones”

Tras su discurso, el líder de la insurrección liberó a Alcalde, los concejales y seis guardias civiles. No hubo saqueo ni robos. Entre los sublevados se incluyó Joaquín Narváez, un terrateniente con ideas liberales que se convirtió en lugarteniente de Pérez del Álamo.

A los iznajeños que marchaban para expandir la revolución se les pertrechó en sus alforjas de un poco de pan y de queso, de ahí el nombre de la revolución.

Tras pasar por Archidona, Íllora, Huétor-Tajar, Alhama de Granada y Loja, la tierra del cacique Narváez donde repartieron bienes y llevaron a cabo una especie de protocolectivización, el 3 de julio el Capitán General de Granada envió un contingente para restablecer el orden mandadas por el brigadier Serrano del Castillo. La batalla final de este levantamiento popular tuvo lugar en Las Pilas.

El sangriento desenlace de la Revolución del pan y el queso tuvo de epílogo el fusilamiento de 116 cabecillas, aunque Pérez del Álamo se escapó a Madrid. 59 iznajeños fueron condenados a penas que oscilaron entre la de muerte y los dos años.

Todos ellos fueron distribuidos por penales de Canarias, Baleares y Guinea Ecuatorial, pero al año siguiente, durante un viaje por Andalucía, Isabel II les amnistió a todos, incluso a Pérez del Álamo.

El único condenado a muerte fue el terrateniente liberal Joaquín Narváez, ejecutado a garrote vil el 6 de agosto. Tan duro castigo -incluso antes de la firmeza de la sentencia- fue debido a que era pariente del general caciquil Narváez y tenía en propiedad cerca de Loja "La casaría Silva" y entre ellos además de estar enfrentados en lo político también había desavenencias familiares. A Joaquín Narváez se le honra en Iznájar con una barriada que es conocida popularmente en la localidad como los “Pisos del Calvario”.

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