La historia del gigante judío que vivió en la floreciente Lucena del siglo X

En la tumba 5 de la Necrópolis de la antigua Eliossana se descubrieron los restos de un hombre que llegó a medir más de dos metros cuando la altura media de la época era de 1.50

La historia del gigante judío que vivió en la floreciente Lucena del siglo X

Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el

7 min lectura

Lucena fue entre el siglo IX y el XIII la judía “Eliossana” (“Yahvé nos salve”). Una ciudad en la que durante tres siglos detrás de sus murallas solo vivían seguidores de la religión mosaica y que albergó una Escuela Talmúdica por la que pasaron Ibn Megas, Maimónides o Jehudá ha Leví. El geógrafo árabe El Idrisi dejó escrito que en aquellos tiempos en Lucena “los judíos son más ricos que en ningún país sometido a la dominación musulmana”.

La importancia de la ciudad elisana en esos tiempos la explica el arqueólogo del municipio Daniel Botella: “Era la ciudad de la poesía. La propia ciudad se funda por una comunidad exclusivamente judía, algo excepcional en toda Sefarad”. De hecho, existían una serie de arrabales alrededor de la medina antigua con población islámica que tenían prohibida la entrada a Eli Ossana. Los habitantes llegaban a acuerdos con el califa correspondiente y tan bien defendida estaba la ciudad que no cayeron en manos del guerrillero Ben Hafsun y se mantuvieron fieles hasta el último emir independiente, el abuelo de Abderramán III.

Explica Botella que “los contratos descubiertos demuestran que eran unos habitantes muy emprendedores. Lo mismo hacían uniones de empresas para comerciar en Egipto o Irán que comerciaban con cristianos”. En esos tiempos, Eliossana se convirtió en una especie de paraíso para los judíos y acogió a personajes relevantes y pensantes de la época. Además, “cualquier estudiante que deseara tener un buen currículum debía pasar por la Escuela Talmúdica. Allí no sólo se estudiaban los libros sagrados, sino que se enseñaban lenguas, astronomía, medicina, alquimia… Fue un adelanto de lo que iban a ser las primeras universidades. Quienes estudiaban en la Lucena de esos tiempos se convertían en personas muy cotizadas”.

En Eliossana se vivía, se comerciaba, se oraba en sus sinagogas y también, lógicamente, se moría. Durante mucho tiempo se especuló con la forzosa existencia de un cementerio judío o, en general, cualquier rastro arqueológico que certificara lo que los versos y las referencias ya atestiguaban: la tremenda importancia de ese núcleo urbano en la Alta Edad Media.

Finalmente, unas obras para la Ronda Sur que circunvalaría el municipio moderno hicieron entonar el Eureka. El arqueólogo Botella recuerda con claridad aquel día: “tras el desmonte de tierras con la Ronda Sur, un viernes de octubre de 2016 una persona paseando con un perro encontró un fémur y alertó a la policía”. Ya en una primera visual, “aunque era de noche se veía que aquello no era una fosa común de la Guerra Civil, pero en cualquier caso se llevaron muestras al instituto de Medicina Legal de Córdoba y se descubrió que la datación de los huesos hallados iba más allá de un siglo”.

Tras quitar la tierra vegetal se empezaron a detectar las fosas y tras el primer estudio antropológico y la comparación con otras necrópolis se confirma que aquello que han descubierto era un cementerio judío. Además, hallaron “la única lápida que ha aparecido dentro de una misma tumba judía, porque en esos tiempos cuando una población era conquistada los almohades o los cristianos destruían cualquier vestigio de otra religión”.

Poco a poco la magnitud del hallazgo fue saliendo a la luz. La Necrópolis Judía de Lucena es la más grande descubierta en Europa y la más antigua excavada hasta la fecha. La de Roma es más tardía y la de Oxford es muy posterior a la cronología que ha ofrecido el carbono 14 para la de Eliossana, de pleno siglo XI, en el momento del máximo apogeo de la Escuela Talmúdica de Lucena.

De la Necrópolis, además, confirmaron -por las cuatro o cinco raíces del premolar inferior que presentan los restos- el endemismo que practicaba la población judía “porque si un judío se casaba con un cristiano o un musulmán se quedaba fuera de la comunidad” y también el “índice de mortalidad femenina que no se alcanza en el resto de Europa hasta el siglo XIX” porque “tenían una salud y unas medidas de higiene superiores. Nunca hubo problemas de alimentación ni evidencias de raquitismo”. Era “un mirlo blanco dentro de lo que existía en época medieval, lo que demuestra ya desde entonces la iniciativa que tienen los lucentinos de reinventarse en tiempos de crisis”.

Tras el hallazgo, llegó una batalla religiosa-legal entre el Ayuntamiento de la actual Lucena y la Federación Española de Comunidades Judías que terminó en un acuerdo fructífero. Explica Botella que “las comunidades judías del mundo se pusieron en marcha para parar la excavación y más tarde solicitaron recuperar los restos humanos. El Ayuntamiento de Lucena se negó porque entendió que eran nuestros ancestros. Se llegó a un acuerdo con la Federación española de Comunidades Judías y tras el estudio antropológico sobre lo que comían, sus enfermedades, la forma de morir… entregamos los restos y se volvieron a enterrar en la propia Necrópolis por Rabinos de toda España y también del extranjero”.

Y, de entre todos esos cuerpos, uno llamó poderosamente la atención. En la tumba 5 de la Necrópolis Judía de Lucena hay enterrado un gigante. Uno de verdad. Relata botella que “teníamos una pauta de enterramientos individuales boca arriba, desnudos y sin cubrir por sudario. Excepcionalmente veías que, tras limpiar los restos óseos, la persona había tenido que estar enterrada en otro lugar. Y en la tumba 5 descubrimos los restos de un muchacho de 18 años que ya en el primer estudio se veía que la mandíbula era un tercio más grande de lo normal. Era un varón que mediría entre 2.06 y 2.10. Una cosa extrañísima en la comunidad judía e incluso más en general en el resto, porque los habitantes de Eliossana se ha determinado que tenían una talla media de 1.65, superior al 1.50 que era la media de esa época en el resto de Al-Andalus o Sefarad”.

La noticia del hallazgo del Gigante Judío de Lucena llegó a la contraportada de El País e incluso a la Anthropologischer Anzeiger germana. Considera Botella que “sería un sujeto con una enfermedad hormonal, una de las glándulas del cerebro no le funcionó bien a esta persona durante el periodo de crecimiento y eso le generó problemas de salud durante su vida en las articulaciones por su peso y también naturalmente en su forma de vida y su adaptación a la sociedad”.

El País comparaba el caso con el de Cornelius Magrath, un irlandés que vivió entre 1736 y 1760 y que era tan alto que, cuando murió, los alumnos del Trinity College de Dublín, la universidad más antigua de Irlanda, robaron su cadáver para estudiarlo.

Se desconoce la causa de la muerte del Gigante a pesar de los estudios de paleopatología que se le han realizado a sus restos, pero lo más probable es que falleciera de problemas de circulación o de corazón. Tal vez, aunque nunca se sabrá, podría ser el malagueño gigante que según las crónicas visitara a Alhakén en Medina Azahara.

Todos estos hallazgos han motivado que desde 2016 se haya multiplicado las visitas de fieles de la religión judía a la capital de la Subbética, a la que se bautizó como Perla de Sefarad. Detalla Botella que “aunque antes la importancia de Lucena ya la conocían, el descubrimiento y la excavación científica, así como la conservación de la necrópolis y de otros restos como la Basílica paleocristiana de Coracho ha aumentado el interés porque ofrece un valor añadido a los turistas que llegan de Nueva York, Argentina, Rusia…” Además, “para acceder a la red de juderías española necesitábamos restos arqueológicos. Lucena tenía muy buenos poetas y talmudistas, pero carecía de ese elemento patrimonial. Todos los judíos que acuden a Lucena pueden visitar un espacio sagrado en el que saben que están enterrados todos los grandes Rabinos de la época cuyos designios influyen hasta la actualidad”.

¡Shalom aleijem!

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