CORONAVIRUS

Los primeros pasos de Marina en la “nueva normalidad”

Más de 100.000 niños cordobeses pueden desde este domingo pasear una hora al día acompañados de uno de sus padres y en un radio de un kilómetro

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Toni Cruz González

Córdoba - Publicado el - Actualizado

3 min lectura

Marina luce las manos con orgullo: “mira mis guantes”. Le quedan grandes y decide que será mejor ponerse unos de lana. Hoy va a salir. 44 días. 1.056 horas. 63.360 minutos. Demasiados para sus casi tres inquietos años. Ya no quedan capítulos de “Butterbean's Café” que no se hayan puesto. Ya no quedan cuadernos que garabatear. En este margen ha aprendido a hacer caca en el wáter, pero también ha adquirido el vicio de morderse las uñas. Se desconoce si toda esta situación anómala dejará algún resquicio en el recuerdo de los niños. Desde luego sí que marcará a sus padres, que se están multiplicando para trabajar, entretener y entretenerse.

Desde este domingo Marina y miles de niños cordobeses más podrán salir una hora al día a pasear. Nervios. Quiere sacar de paseo a su muñeco “Marcianitis” con ella, pero no resulta especialmente aséptico. Menos todavía hacerlo con su San Bernardo gigante de peluche. “Claro, me puedo comer al bicho”, reflexiona antes de aceptar la mascarilla adaptada a su pequeño rostro.

Al final Marina sale a rodar sin guantes y con su bicicleta rosa sin pedales. Abandona de un salto el último escalón que separa su portal de la calle. No tiene miedo, lo que supone un alivio para sus padres. Un pequeño paso para ella y un gran paso para la pequeña humanidad que representa. Toma carrera y comienza a hacer eses sin rumbo. Su madre la persigue y la va a proteger a lo largo de toda su ruta.

“No te montes ahí” “No toques eso”

Los parques infantiles, una manzana envenenada

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Los porqués se acumulan entre saltos por Las Tendillas y pequeños acelerones por Gondomar. Se evitan meticulosamente los parques infantiles, que son manzana envenenada en tiempos de pandemia. Los abuelos de Marina se asoman a su terraza para verla pasar y saludarla. No puede subir a darles un beso, aunque ellos pagarían lo que fuera para abrazarla. Un muro invisible y microscópico les separa. Dos generaciones que pleitean de diferentes modos para sobrevivir y para que esa inquietante “nueva normalidad” -que es lo mismo que decir anormalidad- que les espera no les resulte un escenario postapocalíptico.

La hora se hace corta cuando hay tanto desierto por recorrer. Al pasar por su guardería Marina pregunta por su amiga Aurora y su amigo Carlos. También por sus profesoras. “¿Cuándo veré a mis amigos, mami?”. Todavía no entiende el concepto “mañana” y le cuesta mucho -es muy impaciente- asumir el “luego”. La madre de Marina no le promete tiempo porque ni ella misma es capaz de saber cuándo volverá la vida que se paró el 13 de marzo.

Los pasos devuelven a madre e hija a sus casas sin celeridad. Han saldado mínimamente una deuda con todo el tiempo que se prometían felices. Tal vez no sea mucho, pero para Marina nunca unos gusanitos recién abiertos le habían sabido mejor. A la libertad que todavía no ha aprendido a entender ni disfrutar.

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