López Silva, el Pájaro de Siracusa
El “Pájaro” López Silva es la sonrisa que nos falta. La que el tiempo nos ha arrebatado a los que seguimos al Córdoba desde 2014
Córdoba - Publicado el - Actualizado
3 min lectura
El tiempo es como un pájaro que vuela sobre nuestras cabezas y que unas veces nos alegra con sus trinos y otras se nos caga encima. Juan Perro cantaba en su “Pájaro de Siracusa”: “Entre columnas caídas del templo de la memoria echó un pájaro a volar. El cielo no tiene historia”.
El “Pájaro” López Silva es la sonrisa que nos falta. La que el tiempo nos ha arrebatado a los que seguimos al Córdoba desde 2014. Es un momento, el que más les apetezca, en el que fuimos felices. Lo de Las Palmas, vale, pero lo mismo es el gol que el Pájaro le coló al Alcorcón entre chapoteos o uno de los dos que le metió -allí y aquí- al Racing. O uno al Murcia que se sacó de la chistera como a cámara lenta. Cuando López Silva marcaba deprimía a los rivales por la facilidad con la que hacía cosas maravillosas vetadas para muchos profesionales de la pelota y, de paso, borraba el pesimismo a los aficionados del Córdoba porque les hacía ver que en el fútbol (y en la vida) todo es posible.
José María es de esos jugadores a los que se les denomina “de culto” -recuerdo otros de los que marcaron a mi generación: Pepichi Torres, Quero, Espejo, Loreto...- que más allá de su incuestionable aportación estadística se les reconoce por el poso que nos dejaron. Uno de esos amantes del espectáculo que fintaban, recortaban, imaginaban y pintaban un lienzo maestro con cada golpeo decisivo. Que sacaban las manos de los bolsillos y levantaban de sus asientos hasta a los más perezosos. Nunca canté bien un gol de López Silva porque sus once que celebré taparon mi capacidad descriptiva con el brillo de la emoción que me suscitaron.
Si López Silva hubiera jugado entre 2011 y 2015 en otro club o en otra ciudad con más cariño por lo suyo su nombre y apellidos sería una combinación a la altura de las de un Trinche Carlovich. Aquí, sin embargo, hay que rebuscar en los archivos su último partido de blanquiverde -siete minutos un 27 de marzo de 2016 ante el Alavés-.
Eran tiempos en los que vivíamos siempre enfadados -como ahora, porque el estado natural del cordobés es el enfado, la envidia y la guerra civil- pero en los que éramos felices sin saberlo y sin esperarlo. Temporadas en las que en El Arcángel se exigía la Primera y se asumía con tanta naturalidad el hábitat de Segunda que cada temporada salvada sin contratiempos resultaba insípida.
Ahora López Silva tiene 38 años y juega para el Tamaraceite. Allí hace lo mismo que hacía aquí. Volar cuando le dejan y trinar silbos de historia para otros colores. El Córdoba va a empezar en un campo con cantina como el Juan Guedes de Tamaraceite -maravilloso escenario, que nadie piense lo contrario- su lucha por no bajar a la cuarta categoría del fútbol español. Metáfora de lo que queda por recuperar y advertencia de lo que se puede llegar a perder.
Miren la foto que ilustra la entrevista a López Silva. Estoy haciendo el imbécil junto a uno de los mejores jugadores que he visto vestir la camiseta del Córdoba y tras vivir un ascenso. Sonriendo. Imbécil no he dejado de serlo. Lo de sonreír lo estoy empezando a olvidar.