Todos tuvimos una vez unos padres
En el fútbol y en la vida la crítica es necesaria y el odio, siempre, superfluo
Córdoba - Publicado el - Actualizado
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Los españoles si no salimos de lo sublime resultamos ridículos. Eso pensaba el muy pesimista Ciorán. Vivimos instalados en el patetismo. Todo es estremecedor. Todo nos provoca un rechazo brutal. Llamamos fascistas y comunistas a quienes lo son y a quienes no lo son. Usamos la hipérbole con una naturalidad que sobrecogería hasta al más exagerado de los protagonistas de los chistes de Paco Gandía. Somos eternos luchadores a garrotazos en un grabado de Goya.
Y en el fútbol, claro, más.
La semana pasada se acababa el fútbol. Unos supervillanos iban a destrozar el juego tal y como lo teníamos entendido y los pobres aficionados de equipos de segunda, tercera o cuarta categoría íbamos a tener que comprarnos una Play Station para poder sentir a nuestro club jugando un día un amistoso contra un Madrid, Barcelona o Atlético.
No pasó. Afortunadamente. Pero, claro, en este enroque eterno que lleva al paroxismo de dolor cualquier idea, se obvió que el fútbol ya es una mierda tal y como está. Y se convirtieron en héroes a quienes no pasan de ser otros piratas de este espectáculo que un día fue divertido. Extremos. Siempre extremos.
Ahora voy al Córdoba, que para eso soy un periodista de provincias.
Esta semana el Córdoba puede descender a cuarta categoría. Puede que no lo haga y el desenlace suceda siete días más tarde. Lo más probable, en cualquier caso, es que acabe pasando.
Por este motivo ya nos hemos tirado -todos- de los pelos; hemos justificado -pocos- todo lo justificable; censurado -más gente- todo lo censurable y cuando suceda lo que parece que va a suceder llegarán los insultos más graves.
Recibirán los jugadores y los entrenadores que han pasado por el banquillo; los directores deportivos, los mandatarios y los periodistas. Y hasta unos aficionados atacarán con saña a otros achacándoles que, por acción u omisión, han sido cómplices del fracaso deportivo con su actitud. Incluso gente que ha sido o es amiga aprovechará la ocasión sacudiéndose. Tal vez porque en un momento tan depresivo funcione lo que opina Groucho Marx de que nadie es infeliz del todo al presenciar el fracaso de su mejor amigo.
Nadie recordará, como españoles que somos, durante unas horas algo esencial: Que todos hemos tenido padres.
Siempre podré presumir -gracias a Antonio Agredano- de haber podido contar un partido del Córdoba -fue una derrota, claro, ante el Valladolid- teniendo de comentarista a Juan Villoro, uno de los mejores escritores mexicanos que decía que un estadio es un buen sitio para tener un padre y el resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo.
Cuando sacudamos nuestra bilis no deberíamos olvidar que los jugadores han tenido unos padres. Que los mandatarios también han sido hijos de alguien. Que ustedes mismos y sus rivales -políticos, en las redes, en el fútbol o en la vida- también fueron fruto del amor de dos seres humanos.
Una vez alguien me dijo que las redes sociales serían un lugar más apacible si supiéramos que nuestros padres están leyendo lo que escribimos. Llegado este momento de crispación y asco general, todos deberíamos caer en la cuenta de la responsabilidad que tenemos todos a la hora de rebajar la tensión y que obremos en consecuencia. Que no nos dé vergüenza en frío lo que plasmamos negro sobre blanco en caliente. La crítica es necesaria. El odio, siempre, superfluo. Eso es, al menos, lo que le diré yo a mi hija cuando ella sea capaz de escribir.