Jaén - Publicado el
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Noviembre por los senderos del Castillo de Santa Catalina, el Neveral o la Fuente de la Zarza ofrece multitud de sorpresas al caminante. Ha crecido un tapiz de hierba, verde lujurioso, con las luvias recientes. Cerca de la muralla a tu paso, como si fuera la secuencia de una película, se levanta una bandada de palomas. Con paciencia es posible ver una ardilla trepando el tronco de un pino. Confluyen los aromas del tomillo y la jara con el anticipo del olor del aceite intuido en los tajos de los olivares que lindan con el bosque. Alcanzan, en piano, casi agradables, los ruidos de la ciudad: el tráfago de sirenas de ambulancia y policía; los martillos percutores y las radiales en las obras; los timbres de comienzo y final de los recreos en los colegios; la música y las noticias de la radio que escapan por las ventanas abiertas para airear las habitaciones.
A las doce se produce un fenómeno singular. Empiezan a sonar las campanadas que avisan el mediodía. Una, dos tres, cuatro… tras la pausa para recibirlas el pasajero reanuda el itinerario. Vuelven a sonar. Es otro reloj que atrasa, adelanta o va a su hora, pero carente de sincronía con el anterior. Antes de que haya acabado la segunda docena de campanadas, comienza otra serie, y otra más unos segundos después. Diríase que los relojes de Jaén juegan a fugar musicalmente con los golpes de bronce. Agudos, graves, más veloces unos en el intervalo; otros, más tímido en su sonoridad. Ante el concierto fugaz de los relojes públicos giennenses caben dos consideraciones: agradecer la sinfonía improvisada o reflexionar sobre la falta de sincronización de nuestra ciudad.
El prefijo sin, del griego “sun”, que significa “a la vez, conjuntamente” unido al sustantivo “cronos” -también del griego, tiempo- hace alusión a la conjunción de elementos diferentes. Sinónimos de sincronizar son concordar, acompasar, coordinar. Lo que no hacen nuestros relojes. Los cuales imitan las disputas políticas que culebrean allá bajo entre las calles y los ruidos. Prevalecen los interese partidistas por encima del bien común. El acuerdo es imposible con el enemigo, al que ni siquiera se le concede la denominación de rival, contrincante. El enemigo. Las trincheras. Y los ciudadanos inermes en medio del tiroteo cruzado.
Vengo de la paz de los alrededores de Jaén. Por eso mi ánimo no considera los tañidos horarios campanadas de muerto. Lo único que alimenta mi optimismo es que, si después de tanto la ciudad nos ha sobrevivido, queda esperanza. Aunque sea en lo más recóndito de la alacena.
Palabras, divinas palabras