24 años del asesinato del santanderino Mariano González Huergo a manos de ETA

Tenía 24 años cuando fue acribillado, junto a otros tres guardias civiles, mientras comía en Marquina, Vizcaya

Santiago Ruiz de Azúa

Santander - Publicado el

2 min lectura

      
      
             
      

El 20 de septiembre de 1980, Antonio García, Mariano González, Miguel Hernández y Alfonso Martínez comían juntos en el bar restaurante Arrieta, en Marquina, Vizcaya. Eran cuatro jóvenes guardia civiles que prestaban servicio de protección en las instalaciones de la empresa de armamento Esperanza y Cía. y estaban destinados en el cuartel de esa localidad vizcaína. Entre los cuatro, no sumaban 100 años de edad.

Pasadas las dos y media de la tarde, con el restaurante ya cerrado, alguien llamó a la puerta de atrás. La hija de los dueños, una joven de 15 años abrió la puerta y tres terrorista entraron sin mediar palabra, se dirigieron a la mesa en la que comían los cuatro guardias civiles y les acribillaron a balazos. Los cuatro murieron en el acto. En el lugar del asesinato se recogieron más de 20 casquillos de bala del calibre 9 mm parabellum, munición empleada por la organización terrorista ETA.

Mariano González Huergo tenía 24 años cuando fue asesinado por ETA

“Mariano cumplía 25 años el 28 de septiembre, era el mayor de los cuatro que no sumaban 100 años” recuerda Víctor González Huergo, hermano de Mariano, quien terminó siendo guardia civil porque no sabía muy bien qué hacer en su vida.

A Víctor le contó lo sucedido un tío que fue quien llevó a la familia hasta Marquina. “Fue un viaje angustioso. Ibas sin ninguna esperanza, ya nos habían dicho que Mariano estaba muerto”, recuerda Víctor.

El asesinato de Mariano se produjo unos meses después de la muerte de su padre, con 50 años, y cuando su madre tenía 47. "La tristeza le ha acompañado desde entonces, para unos padres es muy duro ver morir a un hijo. No es natural y menos de esta manera", recuerda Víctor.

Mariano González Huergo con sus padres y hermano

Los días siguientes tampoco fueron fáciles. El entierro y el funeral se realizaron a toda prisa para que las familias se llevaran los cuerpos aún calientes a sus lugares de origen. “La iglesia no tuvo nada de empatía con las víctimas” asegura dolorido Víctor, “y en el pueblo nos miraban como si nuestros fuéramos los terroristas. Todo seguía igual, parecía incluso que lo estaban celebrando”.

      
             
      

Tras la muerte de Mariano llegó el silencio, el no hablar de los sucedido “para no hurgar en la herida y hacernos daño”. También llegó, el preguntarse diariamente ¿por qué, para qué?

Víctor González Huergo quiere recordar a su hermano y pedir justicia. “Que nadie reescriba nuestra historia y que los asesinos cumplan las penas que les impone la justicia”. Un grito unánime que comparten todas las víctimas de la banda terrorista ETA.