Así es el día a día de un maquinista de tren en Cantabria: "Para mi son como un familiar más"

Cada día, miles de maquinistas se ponen a bordo de los trenes para llevar a otras muchas personas a sus trabajos y a sus quehaceres

Alex García

Publicado el - Actualizado

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En el corazón de Cantabria, donde las montañas se alzan majestuosas y los valles se despliegan como alfombras verdes, existe un mundo en constante movimiento que pocos conocen en profundidad. En este paisaje de vías y trenes, juega un papel fundamental la figura del maquinista de tren. Manuel Ruiz, uno de los 5,500 maquinistas de tren en España, nos ofrece una mirada interna a su rutina diaria, revelando los aspectos esenciales y los desafíos de una profesión que va más allá de simplemente conducir locomotoras.

Para Manuel, cada tren que guía es un viaje único, donde los pasajeros no son simples rostros anónimos, sino miembros temporales de su propia familia. "Es una responsabilidad enorme", confiesa con orgullo. "Cada movimiento, cada decisión, impacta en la seguridad y comodidad de quienes confían en nosotros para llegar a su destino".

Pero la vida de un maquinista de tren no se reduce a pulsar botones y observar paisajes pasar. Detrás de cada trayecto hay un extenso proceso de formación y preparación. Más de mil horas de estudio y práctica se requieren para obtener la licencia necesaria. Esta no garantiza el trabajo, pero abre las puertas a una profesión que demanda dedicación y pasión por el servicio público.

"Es más que un trabajo, es una vocación", afirma Manuel. "Cada día, al subir a la cabina, siento el peso de la responsabilidad y la emoción de llevar a cientos de personas a donde necesitan ir".

El camino hacia convertirse en maquinista de tren no es fácil ni económico. El coste del curso supera los 21 mil euros, una inversión considerable que requiere sacrificio y determinación. Sin embargo, para Manuel, el retorno va más allá del aspecto financiero. "En un año, el sueldo de maquinista compensa esa inversión", asegura con una sonrisa.

La jornada de trabajo de un maquinista de tren es todo menos predecible. Desde las primeras luces del alba hasta el anochecer, están en constante movimiento, enfrentando desafíos que van desde condiciones climáticas adversas hasta imprevistos en la infraestructura. Pero para ellos, cada obstáculo es una oportunidad para demostrar su destreza y profesionalismo.

"La clave está en la preparación y la atención constante", explica Manuel mientras observa el paisaje que se despliega ante sus ojos. "Cada detalle importa, desde el estado de las vías hasta el comportamiento de los pasajeros. Es un baile delicado entre la tecnología y la intuición".

A pesar de los desafíos, hay momentos de gratificación que hacen que todo valga la pena. "Cuando ves a los pasajeros sonreír al llegar a su destino, sabes que has cumplido tu misión", dice Manuel con satisfacción. "Es un privilegio ser parte de su viaje, incluso si es solo por unas horas".

Detrás del casco y el uniforme, los maquinistas de tren son guardianes silenciosos de un mundo en movimiento. En Cantabria y más allá, su labor es un testimonio de dedicación, profesionalismo y pasión por mantener a España en marcha sobre rieles.

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