Por Julio Martínez

30 años de bravura

Rubén Pinar sale a hombros por sexta vez consecutiva en Albacete con una excelente corrida de La Quinta

Rubén Pinar y La Quinta

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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En plena época de plagios, yo que todavía ando buscando títulos y másteres no voy a ser menos. Voy a plagiar a mi compañero y amigo Luis Miguel Parrado, que tituló su reportaje de la revista de El Albero de este año así, “Treinta años de bravura”. Se refería a la ganadería de La Quinta, que el pasado 26 de julio cumplía tres décadas desde su primera corrida en Santander.

En Albacete, puso el broche a la temporada de la efeméride. Y qué broche… Una señora corrida de toros, por presentación, por belleza y por juego. De auténtico lujo, para toreros y para el público. En esta plaza, la ganadería andaluza debutó hace cuatro temporadas. Aquella fue una corrida extraordinaria, después vinieron dos que no terminaron de cuajar. La de ayer deja claro que Albacete quiere el torismo. Aquí funciona.

Si treinta son los años de bravura de La Quinta, diez son los que cumplirá el próximo 21 de septiembre Rubén Pinar de amor propio y ambición como matador. Con una presión encima difícilmente igualable y con una responsabilidad a la altura de los más grandes, el manchego volvió a triunfar en su plaza. Lo hizo con el mejor toro del encierro y con el más complicado. Con el que pedía torear y con el que demandaba poder, oficio y casta.

A su primero, un cárdeno claro bautizado como Jilguerito, lo vio de salida. Con el capote cuajó un saludo de alta nota y quitó por unas personales y sublimes chicuelinas. Si pueden, véanlas. Soberbias. Ya con la muleta lo entendió desde el primer cite hasta la estocada final, que de viajar a su sitio hubiese puesto en sus manos las dos orejas. Bien por la presidenta, que aguantó el envite de la petición y la dejó en un apéndice. De todos los muletazos de la faena del de Santiago de Mora, sobresalió un cambio de manos que imagino que a estas horas ya se habrá rematado. Una, si no la que más, de las mejores faenas de su carrera. Por la capacidad, pero sobre todo por la calidad en el trazo de su toreo.

El otro gran toro que saltó a la arena –que no albero- fue el cuarto. Con él, Andrés Palacios bordó el toreo. Otra vez en Albacete y otra vez con La Quinta. Lástima de espada y, por qué no, de merienda. Los paisanos de Palacios estaban más pendientes del jamón y los miguelitos que de los naturales de seda a pies juntos que esbozó el torero. Sencillamente geniales. Enfrontilado, desmayado y muy maduro. Ojalá lo volvamos a ver.

Y también, ojalá vuelva La Quinta el año que viene a Albacete. Se lo ha ganado en el ruedo y el público ha vibrado. Es lo mínimo que se le puede pedir a una ganadería. Por último, repito con Rubén Pinar. Quizá el último torero que encadenó tantos triunfos consecutivos en Albacete fue César Jiménez. Antes, la época de los Dámaso, Paquirri, Capea y Manzanares. Aún así, creo que Pinar no ha entrado definitivamente en Albacete. No se aprecia esa cariño rotundo que, sin duda, merece. Para ello, deben incluirle en la feria de 2019 en los dos carteles –como mínimo- de campanillas. Como dije hace unos días, el torero del siglo XXI en Albacete se llama Rubén Pinar.