Un púgil de caña y oro

Paco Ureña sufre una terrible cornada que podría hacerle perder la visión de ojo izquierdo

Paco Ureña acompañado a la enfermeria

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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El 14 de septiembre quedó marcado allá por 1923 en Argentina. El motivo, un combate de boxeo. La pelea del siglo le llamaron. Desde entonces, ese día se conoce como el día del boxeador. De no ser por el terno y el lugar, cualquiera que viese ayer una imagen de Paco Ureña pensaría que el de Lorca bajaba de un ring. Con una cornada digna de knockout, el torero resistió y volvió al ruedo para terminar la pelea más cruda en sus 35 años de vida.

Esas casualidades de la vida, ese día y esa imagen. Pero Paco Ureña tiene más arrestos que cualquier luchador. Él es un púgil de caña y oro. Batalló en la tierra de uno de los mayores luchadores del toreo y al que ahora llama familia. Desde el cielo, Dámaso le echó el capote de la Virgen de los Llanos. La madrugada dejó en el ambiente un clima de preocupación.

Las palabras del Dr. González Masegosa salieron de sus entrañas con una especie de miedo al exterior. “La situación es preocupante, cada segundo cuenta”, dijo a la muerte del sexto toro de la tarde. Lo que a todos nos pareció un golpe con la pala del pitón, el parte médico y una imagen que rápido corrió por las redes lo convirtieron en drama. Con el recuerdo de Padilla y la tremenda imagen de Ureña caminando por su propio pie hacia la enfermería con el ojo izquierdo del tamaño de una pelota de tenis, el viernes de feria se tornó en un frío lunes de enero.

El torero de Lorca conoce bien la cara amarga del toreo. Nunca rehúye el combate y siempre concede al rival y a sí mismo un asalto más. Una pelea la suya que comenzó hace más de 15 años con las ilusiones propias del que empieza en esto. El inicio de su carrera, convertido en “Thrilla in Manila”. Una pelea larga, eterna y sin mayores resultados que el cariño de un escaso reducto de aficionados.

Cuando consiguió meter la cabeza, ya nadie fue capaz de frenarle. El sistema arrojó la toalla como hizo el coach de Frazier y Ureña empezó su camino a la cima. Para muchos de los aficionados que antaño desconocían de su existencia, Paco Ureña es ahora su emblema. Por su honestidad, su compromiso, sus galones y su desmedida ambición.

Albacete despidió en pie a un tío. A un vencedor que lucha ahora con uno de los toros más “currados” de su vida. Ojalá ese nervio óptico tenga la misma raza que su dueño. No dudo de que, con o sin él en buen estado, volverá a los ruedos. A seguir dando lecciones de vida, a seguir combatiendo al dolor y la muerte. El toreo tiene esa grandeza que ensalzaron con sangre y temple aquellos que obraron el milagro de lidiar fieras. El toreo espera ahora un nuevo milagro de la ciencia y, sin duda, el toreo debe estar orgulloso de contar entre sus filas con Paco Ureña.