Artículo de Julio Martínez Romero desde Madrid

Un sueño de otoño

Color caña lucía un sueño de otoño, un sueño en toda la extensión del término. Recreándose en lo bueno y sin pasar por alto lo trágico. Ahondando en el miedo. El oro le confirió a la obra el toque de eternidad. Ese sueño que se dice eterno lo materializó ayer Paco Ureña en Las Ventas

Foto julio

Redacción digital

Madrid - Publicado el - Actualizado

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Color caña lucía un sueño de otoño, un sueño en toda la extensión del término. Recreándose en lo bueno y sin pasar por alto lo trágico. Ahondando en el miedo. El oro le confirió a la obra el toque de eternidad. Ese sueño que se dice eterno lo materializó ayer Paco Ureña en Las Ventas.

Aspira cada ser a fraguar su vida con un sueño en el horizonte. Hay quien lo logra, hay quien fracasa. Otros jamás pelean más que por levantarse de la cama al sofá. Los sueños de un torero se convierten muchas veces en pesadillas, y no precisamente por el miedo que infunde el toro –eso es obvio-. Pesadilla del que se ve lastrado por la nulidad de los animales, del que ve que los contratos no llegan. Pero el material con el que fabrican los sueños los toreros es imperecedero. Entrenar y regocijarse en cada pesadilla. Vencer al miedo con un sueño de sacrificio. Si soñar es gratis, los sueños son para todos. Ayer Paco Ureña nos hizo partícipes de su sueño de otoño.

Sin rodeos con el capote, "espatarrao" y queriendo hacer el toreo bueno. Difíciles de salida fueron sus contrincantes. Difíciles fueron esas gaoneras salpimentadas con esencia de Galapagar que interpretó el murciano. Ahí radica también la esencia del toreo. Ver dificultad en algo que últimamente aparenta sencillez. Oye, que torear es algo para elegidos. Pero la belleza del toreo se hace palpable en la dificultad que entraña pasarse un toro por el vientre y hacerlo con total naturalidad.

Salió de la plaza caminando, una mera anécdota para lo que realmente vivimos ayer. Cambio el tono caña de su terno por el sangre de toro y oro que visten los que hacen el toreo. Porque la taleguilla de Paco era un auténtico baño de sangre que lo que hacía era reflejar con su mezcolanza la batalla que había librado.

Con la muleta también tiró la moneda al aire, y desde el centro del anillo, por si faltaba algo. Y cuando agarró el de Lorca el estaquillador por el mismo centro con la mano izquierda, Madrid entró en sueño profundo. Qué bonito es escuchar rugir a Las Ventas. Qué bonito es ver torear así. Cómo fue ese final de faena por ayudados... Cadencia y empaque para embeber al toro. Lástima que los sueños sean efímeros, pero el recuerdo es imborrable. Imborrable es desde ayer la faena que dejó grabada Paco Ureña en Madrid. En su plaza.